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Tribuna
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El lamento y la ira

Antonio Elorza

En los últimos tiempos, las posiciones adoptadas por el PNV vienen recibiendo un chaparrón de críticas. Como respuesta, el partido vasco clama contra la criminalización injusta de que es objeto, signo a su juicio de la intransigencia antinacionalista que impera en Madrid, e incluso de un poderoso sentimiento antivasco.Nadie duda de que pueden existir medios, escritores y tertulianos que aprovechen la situación actual para cargar las tintas sobre el PNV desde un nacionalismo español tradicional. Pero la amplitud del espectro crítico debiera hacer pensar a los jelkides que algo especial está pasando, y que tal vez tengan que ver sus propias actitudes con esa supuesta inquina. Por lo demás, los partidos políticos en una democracia están ahí para recibir las críticas. Si yo pienso y escribo que la afirmación de Aznar relativa a encarcelar a toda HB constituye un despropósito, algo que nunca puede decir el presidente del gobierno de un Estado de derecho, con la misma razón estoy en condiciones de estimar que el plan Ardanza, poniendo la Constitución y el Estatuto de entrada sobre una eventual mesa de negociación con ETA-HB, resulta incompatible con la defensa de la democracia en Euskadi. Ni en el primer caso manifiesto mi odio a España, ni en el segundo descalifico al nacionalismo vasco.

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Fijarse en esta confusión resulta capital para esclarecer los malentendidos que surgen en torno al PNV y que él mismo crea al referirse una y otra vez al "nacionalismo", como denominador común que cubre a los tres partidos abertzales, HB incluida. Y en la medida en que hace de esa adscripción una fortaleza, la de lo vasco, situando de inmediato a los demás en las tinieblas exteriores que corresponden a españolistas y vasco-españoles, o españoles, su discurso queda voluntariamente atrapado en un círculo invisible donde convive sin distinciones con los partidarios del terror. Y sin la menor crítica a la lógica de comportamiento nacionalsocialista de su entorno. Es lógico que esta ubicación voluntaria del PNV cause desesperación entre los excluidos, sobre todo por lo que tiene de aliento para los defensores del crimen político y de las prácticas fascistas.

De ahí que las condenas no basten. Y no basten, en contra de lo que opina Anasagasti, cuando todo se para en el comunicado e inmediatamente se revuelve la crítica airada contra quienes de un modo u otro se sitúan al lado de las víctimas, en cuanto vulneren el principio de intocabilidad del nacionalismo. Amén de esta inversión del destinatario de las censuras, en los juicios políticos del PNV falta con excesiva frecuencia la ponderación, por no hablar de un mínimo de sensibilidad. Comparar el champán del preso de Ceuta por el asesinato de Caballero con el champán por Carrero Blanco (Ardanza), juzgar que la máxima culpa de ETA es dar votos a la derecha española (Arzalluz en el Aberri Eguna), equiparar sus sufrimientos en Madrid con la situación de los concejales del PP en Euskadi (Anasagasti), son valoraciones que descalifican a quien las hace. Exactamente igual que ocurre con el "¡todos a la cárcel!" de Aznar. Así que lo que corresponde es rectificar los dislates, que además van siempre en la misma dirección; no rasgarse las vestiduras por unas críticas inevitables.

Y para terminar, Ulster. Caben como mínimo tres opciones: la de rechazar toda influencia, la intermedia de examinar la negociación de Irlanda del Norte y ver que hay de aplicable a Euskadi y, en fin, la de pensar sin más que en la fórmula del Ulster está la solución. Puede criticarse al gobierno del PP por seguir la primera vía. Pero exigir una y otra vez obsesivamente, como hace el PNV, la aplicación a Euskadi de un proceso como el de Stormon, sin pararse antes a analizar las diferencias de situación, y de paso sin requerir para el diálogo el cese del terrorismo, no es otra cosa que sumarse a la postura de HB. La consiguiente orden de caza y captura cotidiana contra Mayor Oreja, desde Deia, como si él y no ETA fuera el primer responsable de los atrentados, refleja esa actitud que apunta a un desgaste creciente de las instituciones democráticas por mucho que se hable de paz. Hay, pues, razones para mostrar tristeza y disconformidad ante la política del PNV. Y para pensar que no constituye hoy un freno contra la espiral de violencia.

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