Un desastre
A las siete y cuarto de la tarde, momento cargado de emotividad, Curro Vázquez confirmaba la alternativa a Cristina Sánchez, primera mujer que adquiere esta categoría en la más que bicentenaria historia de la fiesta. A las diez menos cuarto de la noche, la flamante toricantana se despedía con muchos aplausos y no pocas protestas, dando por su cuenta una vuelta al ruedo que nadie había pedido.La realidad de la corrida, sin embargo, fue otra: las casi tres horas que mediaron entre ambos hitos transcurrieron en medio de un total desastre.
Cristina Sánchez se mostró muy pundonorosa y valiente, pero de ninguna de las maneras pudo compensar el bochorno de esa corrida absolutamente intolerable. Salieron nueve toros -de ellos tres en calidad de sobreros- y se caían todos.
Martín / Vázquez, Luguillano, Cristina
Toros de María Lourdes Martín de Pérez-Tabernero (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), justos de trapío, varios anovillados, inválidos. De El Sierro: 2º, primer sobrero, con trapío, manejable; 6º, chico, inválido y descoordinado, devuelto. Segundo sobrero, de Hermanos Astolfi, inválido total, devuelto; tercer sobrero, de Gabriel Hernández, grande, también inválido. Curro Vázquez: pinchazo en la paletilla, cuatro más muy bajos y otro hondo trasero (bronca); pinchazo y media atravesada (silencio). David Luguillano: pinchazo, metisaca pescuecero, pinchazo y se tumba el toro (silencio); estocada baja (división). Cristina Sánchez, que confirmó la alternativa: pinchazo atravesado - aviso -, pinchazo bajo y bajonazo infamante (división); dos pinchazos atravesados bajos, otro perdiendo la muleta - aviso - y cuatro descabellos (vuelta por su cuenta, protestada).Plaza de Las Ventas, 12 de mayo. 7ª corrida de abono. Lleno.
Se caían no porque carecieran de casta, ni porque les faltara gimnasia funcional, ni por los piensos compuestos, ni por las lluvias del invierno, ni por el estrés de los viajes y de las lidias, como mienten los taurinos pretendiendo disimular así el fraude. Se caían de caerse. Se caían de todas las maneras imaginables, perdido el control de sus propios pasos, confuso y desnortado su instinto embestidor.
Se caían de cabeza hincando los pitones en la arena o hacíendose polvo los belfos; se caían de lado pegándose la gran costalada; se caían patas arriba; se caían de culo. Se caían sin activar ningún mecanismo de su anatomía que lo impidiera pues seguramente no sabían ni dónde estaban ni qué demonios les estaba sucediendo. A veces les fallaban las patas cual si estuvieran hechas de trapo y se desplomaban. A veces les daba por cojear, por husmear, o por quedarse de un aire y ahí se las dieran todas.
Cuantos toros aparecían por el chiquero presentaban los mismos síntomas, no importaba su trapío o su peso; su bravura o su procedencia. De cuatro ganaderías distintas salieron, cada cual hijo de su padre y de su madre, pintas y tipos diversos y, no obstante, en cuanto a invalidez y a descoordinación, se igualaban los nueve todos .
Alguno se tuvo un poco más en pie que el resto. Los dos primeros, por ejemplo. Cristina Sánchez al de la confirmación lo toreó por derechazos muy voluntariosa pero sin demasiado acoplamiento y con alivio del pico; por naturales bajó el tono y ya no lo recuperó en el resto de la faena. Mató de manera horrible, pinchando los bajos, hasta cobrar un infamante bajonazo.
Curro Vázquez se desconfió con el siguiente toro, lo macheteó a la defensiva y también lo mató a la última. Recuperó el sosiego con el cuarto, y no era para menos pues ese toro padecía invalidez total.
Cada cual iba a lo suyo. Allá penas si los toros habían quedado convertidos en verdaderas piltrafas. Se trataba de pegarles pases por si alguien picaba. Luguillano los dio mostrando tanto amaneramiento pinturero como poca sustancia, metía asimismo el pico, y la afición se lo reprochó con acritud. Cristina Sánchez, en cambio, gozó de mejor trato. El tercer sobrero que finalmente toreó Cristina Sánchez se asemejaba en invalidez a los rechazados, mas nadie pidio su devolución. Había caído la noche, iban a dar las tantas, bajó el nivel de exigencia. Y tras veroniquear voluntariosa, se trabajó recrecida y valiente una larguísima y jaleada faena con derechazos por docenas, en la que el toro, baldado y crepuscular, no embestía o embestía a medias. Finalmente lo mató fatal.
Cristina Sánchez no se cortó un pelo -según se suele decir-. Y escuchando las ovaciones de unos mientras hacía oídos sordos a las fuertes protestas de otros, tiró adelante y dio una vuelta al ruedo que nadie había pedido. Los taurinos palmoteaban gozosos. El arrebato triunfalista pretendía disimular el bochorno de aquel desastre; quizá de aquel impresentable montaje.
Babelia
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