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Se nos ven las vergüenzas

CARLOS COLÓN El desastre de Aznalcollar sigue dejándonos con las vergüenzas al aire. Esta tragedia ecológica, en la más pura tradición del género, ha provocado una catarsis, que es el sentimiento de liberación que causa la tragedia en el espectador al suscitar y purificar la compasión, el temor o el horror. Nos compadecemos de nuestro entorno natural, de los agricultores, de los pescadores y de nosotros mismos. Sentimos temor ante la lentitud, ineficacia y resistencia a admitir responsabilidades de quienes con legitimidad democrática -pero tan malamente, que se diría en sevillano- nos representan. Y sentimos horror ante la pasividad de nuestros conciudadanos andaluces, los menos preocupados y protestando y los más sin darse cuenta de la gravedad del desastre. Tras la conciliadora aparición conjunta de la Sra. Tocino y del Sr. Chaves, ahora evidenciada como una mascarada, el gobierno autonómico y el central se vuelven a enzarzar en una disputa en la que de refilón -como en las broncas de taberna y de saloon del Oeste- los ecologistas se llevan un guantazo. En el fragor del combate, el consejero de Medio Ambiente ha puesto a los ecologistas bajo sospecha de ser más condescendientes con el Ministerio que con la Junta por recibir subvenciones de éste. Ante un daño tan grave a la naturaleza, este señor no tiene mejor idea que, como también hizo ya la ministra, insultar a quienes la defienden. La incomprensión y la broma que tienen al ecologismo como víctima son moneda corriente en los sectores más bárbaros y menos ilustrados de la sociedad. Entre los primeros se cuentan los ultraliberales que arrasarían el universo, enlosarían el mar y convertirían la selva amazónica en la fachada del Palacio de San Telmo (terrible símbolo de lo que la Junta de Andalucía piensa sobre los árboles: tapaban su grandeur) si con ello obtuvieran beneficios. Entre los segundos están esos tiernos y simpsonianos padres de familia que entre eructo y eructo, mientras ven el informativo almorzando, dicen cuando aparecen los ecologistas: "¡Eso! Las criaturas muriéndose de hambre y los niñatos estos con los patos, las focas y las ballenas". Habitualmente, tras esta reflexión, dicen alguna grosería sobre Brigitte Bardot (de la que además nunca recuerdan el nombre correctamente). No hay que aclarar -porque es de dominio público- que quienes así ridiculizan a los defensores de la naturaleza en nombre de los seres humanos hambrientos, en su vida han movido un dedo para ayudar a un semejante. A los suboficiales de las SS les entregaban un cachorro al iniciar su instrucción y les obligaban a estrangularlo a su término, entendiendo que quien mata con sus propias manos a su perro ya ha dado un paso adelante para matar a los más indefensos seres humanos. La lucha en favor de la naturaleza no es ni tan siquiera una conquista de la civilización, como podría serlo el erradicar la crueldad para con los animales, sino una necesidad de supervivencia. En ello nos lo jugamos todo. No entenderlo así desde el poder deslegitima moralmente a quien lo ejerce.

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