Miserias del 98, de 1998JOSEP MARIA FRADERA
La primera impresión cuando uno visita la exposición Escolta Espanya. Catalunya i la crisi del 98 (L"empenta dels catalans) es la buena. El medio no es el mensaje: el mensaje es la ausencia del mensaje. El mensaje lo deberá proporcionar el espectador, mejor dicho, un espectador arquetípico y reducido a mero portador de una sentimentalidad desprovista de cualquier capacidad de reflexión. Empezando por el final, si se me permite. El último espacio de la exposición Cuba en el record es el auténticamente relevante: cuando catalanes que tuvieron o tienen parientes en Cuba explican sus vivencias con la ingenuidad de un vídeo corto doméstico. Son ellos los que dan contenido a una exposición cuyo objetivo, no por inconfesado menos evidente, es vaciar de significación una experiencia histórica que sigue siendo relevante en este país. Lo primario se torna lo sustantivo, lo anecdótico deviene la base de un discurso que hace palidecer el stream of consciousness de la narrativa de este siglo. No es fácil producir el vacío. Lo primero, para ello, es la absoluta derrota de la profesión. En una exposición sobre 1898 no hay discurso histórico, y el que púdicamente se han permitido los organizadores está plagado de errores. Algunas muestras bastarán. Ya en el primer texto o panel se nos informa de que las guerras de separación de las colonias continentales se prolongaron hasta 1834, 10 años más tarde de la inapelable derrota de las tropas españolas en Ayacucho. En 1834 empezó, bien al contrario, el tímido reconocimiento de las ex colonias. Se nos habla de unas instituciones políticas en el Imperio americano basadas en el "cristianismo", lo que no tiene ningún sentido, aunque podemos imaginar lo que se nos pretende comunicar. Pero entremos en la exposición y vayamos a cuestiones más de fondo. Los dos primeros espacios nos hablan del somni colonial en Cuba (Puerto Rico y Filipinas, Guinea y Marruecos ni siquiera existen) y de su ruina con las guerras de fin de siglo. La Cuba del siglo XIX es la quintaesencia del sueño menestral, ya que allí los industriosos catalanes hacen imprecisas fortunas sólo estorbadas por los ineficaces militares españoles. Esto no se nos dice, pero se nos insinúa. España es un país atrasado, cae por su peso, pero los catalanes no se distraen con futilidades, van a lo suyo, trabajan. La esclavitud que sustentaba el complejo productivo cubano tan sólo aparece cuando se trata de recriminar al Estado no haberla abolido antes. Recriminación justa y vagamente humanitaria pero, ¿quién llevó los esclavos a Cuba y quién los compraba? ¿Es que esto no tiene nada que ver con la industriosidad de los catalanes? ¿Por qué se nos esconde, puestos a recriminar, que la lucha por la abolición de la esclavitud tuvo siempre más eco en Madrid y entre librecambistas que en Barcelona y entre proteccionistas? Estas observaciones no son exigencias arbitrarias, puesto que condicionan la forma como las piezas son mostradas. Tan sólo dos ejemplos referidos a la cuestión cubana. Después de mostrarnos la consabida laboriosidad de los catalanes, se nos sitúa abruptamente en la segunda guerra cubana. Pues bien, ¿por qué se presenta una reproducción parcial del óleo de los voluntarios catalanes embarcándose en el puerto de Barcelona en 1869, sin decirnos que se refiere a la Guerra Larga, más de dos décadas antes, pero, sobre todo, sin decirnos lo que la escena significa, a qué iban y quién los reclutó y pagó? Sin decirnos, siquiera, que si llevaban barretina no era algo casual o debido al proverbial frío de las Antillas. Se nos muestra, luego, una supuesta proclama proindependentista de la Liga de Productores de Barcelona. ¿Alguno de los responsables de la exposición la ha leído? Se nos dice, en fin, que hubo "ceguera" en la percepción del conflicto en la colonia. ¿Están seguros de que era ceguera y no otra cosa, bastante más prosaica? ¿No será que tenía algo que ver con el aprecio a las reglas del juego que habían protegido durante décadas su abnegada dedicación al trabajo? El gozne que separa las dos mitades de la exposición es efectivo y manipulador. Imágenes de la guerra, dramáticas e interesantes, algunas bien conocidas y otras menos o muy poco. Sin texto, sin análisis, sin identificación de sus protagonistas. La última guerra cubana, al igual que la de 1869-1878, es un momento grávido de significación y, por ende, de posibilidades de análisis. Recordar que la guerra fue la continuación de la política por otros medios parecerá impertinente, recordar que los costes se repartieron muy injustamente en la sociedad española y catalana debe ser casi inconstitucional. Los versos de Joan Maragall, descontextualizados, separados de otras versiones del mismo problema pero más complejas y menos fácilmente manipulables, nos recuerdan la distancia que media entre la fuerza de lo fundacional y las inercias crepusculares de los herederos. L"eclosió d"una societat nacional es la tierra prometida adonde se quería llegar desde el principio. Los ahorros de un siglo trabajando bajo un sol de solemnidad y la ruptura -¿fue así?- con España, su atraso, sus vicios y sus lacras, lo permitieron. Los acontecimientos se encadenan de modo inapelable, sólo los muy ciegos dejarán de verlo: la economía marcha (Villaverde nada tuvo que ver), se fundan orfeones y el FC Barcelona, el monstruo del caciquismo es derrotado para siempre -¿fue así?-, las ciudades crecen portentosamente, pero no se nos dice entre qué fechas. Y, finalmente, but not least, Ramon Casas y el modernismo decoran el sueño mesocrático de aquellos honrados menestrales enriquecidos que supieron cortar las cadenas. Una galería de provectos abogados de la patronal, el bisbe Morgades, políticos e incluso un joven Pablo Picasso, nos recuerdan lo esencial del mensaje, por si no había quedado claro. En los años setenta, algunos estudios de historiadores catalanes y el acceso a los libros clásicos de Le Riverend, Pérez de la Riva y Moreno Fraginals nos convencieron de la importancia de una conexión vital de la historia española y catalana contemporáneas con la Cuba del siglo XIX, de los múltiples hilos que ligaban contextos tan sólo en apariencia remotos. Desde entonces, la investigación ha acumulado mucho conocimiento histórico en torno a aquellas realidades del pasado. Se han soportado, y soportan, pesados huracanes conmemorativos (Carlos III, 1492, 1898); sin embargo, el interés por lo sustancial, y susceptible de razonamiento, de la experiencia histórica a la que al principio nos referíamos sigue por fortuna vivo.
Josep Maria Fradera es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Pompeu Fabra.
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