Un artista exquisito

La antológica Juan de Arellano (1614-1676) reúne más de 70 obras del célebre y exquisito bodegonista español, sin duda uno de los mejores de entre los muchos notables que abundaron en nuestro Siglo de Oro. Hace unos meses, con motivo de la adquisición en el extranjero de un magnífico bodegón de Arellano, el Museo de Bellas Artes de Bilbao llevó a cabo asimismo una pequeña y muy selecta muestra en homenaje al bodegonista. La que ahora se nos presenta, bajo el autorizado criterio de Alfonso E. Pérez Sánchez, constituye el conjunto más ambicioso que cabe imaginar, o, si se quiere, la exposición «definitiva» sobre este pintor, que tuvo la lucidez y el talento de especializarse en la naturaleza muerta, cuando comprendió que apenas destacaría como pintor de figuras.Esta ambiciosa exposición sobre Arellano no sólo no se ha limitado a reunir para la ocasión un formidable número de cuadros, sino que también aporta muchas novedades documentales, recopiladas en el completísimo estudio biográfico realizado por Mercedes Agulló, así como un análisis botánico y simbólico de las plantas, llevado a cabo por María José López Terrada.

Nacido en la localidad madrileña de Santorcaz y muerto en la misma corte a los 62 años, Juan de Arellano fue discípulo de Juan de Solís y, como se ha dicho, se esforzó al principio en pintar figuras, sobre todo de tema religioso, aunque, hacia el ecuador de la década de 1640, decidió especializarse definitivamente en bodegones. En dicho momento tenía la primacía Antonio Ponce, discípulo y continuador de Van der Hamen, cuyo estilo intelectualizado resultaba cada vez más arcaico en relación con las novedades venidas de Amberes y Roma. A partir de éstas, y en especial de los modelos de Daniel Seghers y Mario Nuzzi, Arellano maduró su personal manera, que acabó imponiéndose como la mejor, como así lo subrayó Palomino al afirmar que «ninguno de los españoles le excedió en la eminencia de esta habilidad».

Fantasía

De hecho, el refinamiento, la fantasía y la ampulosidad barroca de Arellano hacen que sea incomparable en composiciones florales, el tema al que dedicó más atención y donde su talento brilló con más lustre. También hizo pintura de frutos y a veces deja entrever una urdimbre simbólica muy del momento. Pero no cabe duda de que es en las grandes cestas caladas, que rebosan capullos florales, donde Arellano da lo mejor de sí como pintor. En el Prado hay varios ejemplos de estos cuadros admirables y no hay sino que recordar el deslumbrante efecto que producían cuando se exhibieron en la exposición de Los sentidos y el arte.Con esta muestra monográfica vamos a enfrentarnos con los bodegones de Arellano como jamás se había hecho y en un momento en que este asunto suscita un merecido interés internacional. Es, por tanto, una iniciativa encomiable, con indudable rendimiento científico, pero que cualquier amante de la pintura puede disfrutar en sí y por sí.