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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La bomba de Kosovo

LA BOMBA de relojería de Kosovo sigue avanzando hacia su detonación. Inexorablemente, porque nadie parece capaz de desactivarla, pese a que puede provocar una guerra balcánica. ¿Sabrá la comunidad internacional hacer frente a sus obligaciones? El Grupo de Contacto, en el que seis potencias coordinan su acción en la antigua Yugoslavia, no ha logrado adoptar una postura unitaria, en especial para doblegar la voluntad del presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic. La última decisión, en la reunión de funcionarios de alto nivel en Roma, ha sido la de congelar las cuentas de Serbia en el extranjero. Pero ha llegado tarde, al hacerlo un mes después de pregonarlo en público, con lo que Milosevic habrá tenido tiempo de poner a buen recaudo esos fondos.Así, Milosevic torea la situación, mientras intenta desplazar en las próximas elecciones en Montenegro, la otra república de la nueva Yugoslavia, a los moderados del presidente Milo Djukanovic. Milosevic parece alimentarse de la división de la comunidad internacional, y en particular de la UE, cuya política exterior y de seguridad común está dando pruebas de terribles carencias.

Paralelamente, en Kosovo, la crisis se acentúa. El pacifismo que dominaba a los kosovares albaneses ve crecientemente disputado el terreno por la resistencia armada que practica el Ejército de Liberación de Kosovo. Lo que a su vez alimenta la represión serbia ya no sólo policiaca, sino con tropas regulares. La OTAN está realizando un estudio de la posibilidad de un despliegue militar en la frontera albanesa, así como el refuerzo de la presencia internacional en Macedonia para sellar los accesos exteriores a Kosovo. Pero las dificultades logísticas de esta misión serían inmensas.

La presión internacional sobre Milosevic debe ir acompañada de una presión paralela sobre los kosovares para inducirles al diálogo con los representantes de Belgrado. Es lo que pretende el mediador internacional, Felipe González, cuya misión no puede comenzar hasta que no se den unas condiciones mínimas de aquiescencia de las partes. Una misión tan ardua como necesaria. Hay que insistir, porque queda poco tiempo.

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