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Muere el actor y director Luis Iturri, impulsor del Teatro Arriaga de Bilbao

El creador del grupo Akelarre ganó el Premio Nacional en los años sesenta

El actor y director teatral Luis Iturri, máximo responsable del Teatro Arriaga de Bilbao desde 1987, falleció ayer en la capital vizcaína a los 54 años, víctima de un cáncer de páncreas. Desde su época de estudiante en la Universidad de Deusto, Iturri vivió volcado en las diferentes facetas del trabajo teatral, desde la dirección de montajes de los dramaturgos clásicos del siglo XX a la interpretación. En los últimos años centró su actividad en la elaboración de la programación del Teatro Arriaga, que ha abarcado la danza, el teatro, la música sinfónica y la lírica. Iturri mantuvo en paralelo a la gestión del teatro una fructífera labor de director de escena.

Procedía del mundo del teatro. Luis Iturri, sevillano de nacimiento y bilbaíno hasta la médula de carácter, fundó en 1966 Akelarre, grupo teatral de resistencia desde la periferia, animado de un enorme prestigio en todo el territorio español. Su espectáculo más representativo, Irrintzi , sobre textos de Blas de Otero, Celaya y Aresti, le otorgó una aureola de impulsor del teatro nacional vasco. En aquellos años ganó el Premio Nacional de Teatro.Descubrió la ópera a una edad tardía. Tal vez por ello sintió siempre por el género lírico un enorme respeto y una inmensa fascinación. Director del Teatro Arriaga, desarrolló una ejemplar labor como gestor económico y demostró sobradas dotes de diplomacia y habilidad política para mantenerse al frente de una institución tan simbólica de Bilbao. Su idea de la ópera era ante todo popular y teatral, un segundo camino en la villa del Nervión para complementar las temporadas de la Abao, rebosantes de historia y de grandes cantantes, aunque con la laguna de las direcciones escénica y musical.

Iturri programaba La traviata o Rigoletto (con la que se presentó en el Maestranza de Sevilla) en espacios escénicos abiertos, dejando siempre a los cantantes movilidad de actuación. Su visión de Carmen (con la que se trasladó a la Quincena Musical de San Sebastián) rozaba la abstracción. Programó, por primera vez en Bilbao, el extraordinario Falstaff de Verdi. Iturri se identificaba con el orondo personaje shakesperiano y tal vez por ello fue la ópera elegida para su debú en Madrid, en el teatro de La Zarzuela. Cuando se le presentó la ocasión no menospreció a los divos, y así, con Montserrat Caballé, o con Plácido Domingo en Otello o, recientemente con María Bayo en Manon de Massenet, echaba un pulso en su terreno a las temporadas tradicionales de los Amigos de la Ópera de Bilbao en el Coliseo Albia.

Su ansia divulgativa y populista le llevó a invitar a Theodorakis al Arriaga para que estrenase la ópera Medea . Lluís Pasqual hizo también escala en el Arriaga con su poético montaje de El rapto en el serrallo , coproducido por el Châtelet de París y el San Carlos de Lisboa. Incluso recaló en Bilbao un espectáculo barroco tan atractivo como el Rey Arturo de Purcell, procedente de Ginebra, la última ópera a la que asistió el decano de la crítica española Antonio Fernández Cid, antes de su fallecimiento.

Los montajes de Iturri han proliferado durante los últimos años por toda la geografía española y muchos teatros extranjeros. En Bilbao organizó también en 1990 el IV Congreso de la Asociación Internacional del Teatro Lírico, donde se recuperó una escena lírica de Arriaga, Agar e Ismael , y se presentó por primera vez escenificada Tarde de poetas , del bilbaíno Luis de Pablo, con montaje de Gustavo Tambascio, siendo el primer trabajo importante del barítono malagueño Carlos Álvarez, ahora a las puertas de debutar en el Festival de Salzburgo.

Junto a Falstaff

Luis Iturri era, por encima de todo, un hombre bondadoso. Se le criticó no abrir demasiado el Teatro Arriaga a los creadores vascos, pero él era un hombre de fidelidades: directores de orquesta como Elio Boncompagni, cantantes como Luis Lima o musicólogos como José Luis Téllez encontraban siempre en el Arriaga un lugar al sol. Iturri se ha ido como Falstaff, con la tranquilidad que da pensar que «todo en la vida es burla» y con la evidencia de que su espíritu continuará en tantos y tantos momentos elegidos de Verdi y de Rossini, tratados a la manera de Bilbao, es decir, con un aire tan extrovertido como sencillo.

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