_
_
_
_
DESASTRE ECOLÓGICO

En el laberinto del desastre

Los denodados esfuerzos por frenar la riada tóxica a las puertas del parque

Alejandro Bolaños

En Villafranco del Guadalquivir es tiempo de volear las semillas en los arrozales. Pero los agricultores ya no tienen que mojarse hasta las rodillas para hacerlo. Desde primera hora de la mañana, dos avionetas pasan una y otra vez por las parcelas encharcadas soltando su cargamento de semillas y abonos. Una perspectiva privilegiada para reconstruir el laberinto de diques, canales y compuertas que ha frenado la riada tóxica en las puertas del «corazón de Doñana», en palabras de la ministra Isabel Tocino.A ras de suelo lleva su tiempo solucionar el rompecabezas en el que está aprisionada el agua rica en minerales pesados. Un rastro de bolsas de basura cada 50 metros anuncia la llegada a Entremuros, una extensión de 10 kilómetros por uno de anchura, limitado por dos paredes que han encauzado el desastre. En las bolsas, los cadáveres de barbos, albures y carpas imponentes confirman las fronteras de la tragedia, aunque aquí, a más de 50 kilómetros de las minas, el lodo no ha teñido de negro el paisaje.

Más información
Las excavadoras y los camiones empiezan a retirar los lodos tóxicos del río Guadiamar
Miguel Delibes: «Los ecologistas tenían razón»

«Es normal que a esto se le dé mucho bombo, pero de la mina dependen las familias de 500 hombres», dice Ángel, mientras recoge una anguila entre los juncos. A la mayoría los conoce, porque tanto él como su compañero de cuadrilla son de Aznalcóllar, el pueblo que ha dado nombre a la tragedia ecológica.

Cincuenta hombres se distribuyen en parejas a lo largo del canal. El pasado lunes por la mañana estaban quitando matorrales en la sierra. Por la tarde, en las aguas del Guadiamar, con mascarillas y con herramientas apresuradas para ensartar peces muertos. «Yo he atado un cuchillo para cortar espárragos al palo, otros le han quitado la red a un cazamariposas», aclara Ángel.

«Todavía no tenemos los resultados, pero los peces han podido morir por falta de oxígeno, por el gran número de partículas en suspensión», explicaba, sobre el muro, Manuel Rendón, director en funciones del parque natural, a Richard Boudreaux, corresponsal de Los Angeles Times.

Rendón es el conservacionista de Laguna de Fuente de Piedra, en Málaga, pero los naturalistas de la zona se han prestado para dar un descanso a los responsables de Doñana. Lo que no cesa es la marea de periodistas extranjeros. «Por aquí han pasado alemanes, canadienses, ingleses, hasta un mexicano», enumera Paco Lucas, que coordina el ir y venir de 10 traíllas, cuatro tractores oruga y cinco retroexcavadoras que levantan el cuarto muro sobre el canal de Aguas Mínimas. «El tercer día encargué arroz para mis hombres, que llevaban tres días sin comer caliente, y al final invité también a tres periodistas catalanes que llevaban varias horas perdidos y tenían cara de mucha hambre», relata Lucas.

La subsiguiente explicación del sistema de diques inunda de perplejidad el rostro del corresponsal norteamericano. La intención de Lucas es cerrar el último dique antes de que empiece a subir la marea, impulsada por el reflujo del Atlántico a través del Guadalquivir. Conforme las aguas se retiran de Entremuros, adoptan un color rojizo, testimonio de lo que hay río arriba. Apenas a un kilómetro, las semillas de arroz caen desde el cielo a parcelas encharcadas de agua, turbia, pero sin contaminar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_