Chile y sus luchas interpretativas
Pretender que emerja una interpretación dominante en tan solo una semana es tan absurdo como aspirar a que los partidos de izquierdas salgan a la palestra y se humillen públicamente

Uno de los aspectos más fascinantes del incipiente debate político e intelectual chileno por estos días se refiere a cómo entender la aplastante victoria de José Antonio Kast en la elección presidencial de hace apenas una semana. La expresión más absurda de este debate incipiente ha consistido en el lamento, esbozado por un puñado de analistas, periodistas y políticos, dirigido a la “izquierda” (a secas y al singular) por no observar ningún tipo de auto-crítica. ¿Qué esperarán estos críticos? ¿Algo así como que desde el día uno de la post-elección los partidos perdedores adopten una postura de auto-flagelación en público, que el presidente Gabriel Boric se humille asumiendo la derrota como si fuese de su exclusiva responsabilidad, que la candidata Jeannette Jara despotrique en contra de su propio partido y tantas otras irracionalidades? Pues bien, son este tipo de cosas las que se están haciendo ver y sentir, en la más completa indiferencia por la reflexión pausada, la necesaria postura reflexiva que demanda tiempo para persuadirse de que tales o cuales cosas ocurrieron (con o sin responsabilidades propias), que “la derrota no fue humillante, pero sí dura” (según los términos del sociólogo Eugenio Tironi, como si fuese útil esta distinción y sin preguntarse cómo establecer la diferencia entre “humillación” -lo que conlleva un sentimiento de vergüenza- y reconocimiento sereno de la derrota).
Este es el clima en el que nos estamos moviendo, a partir de una exigencia de reconocimiento inmediato de responsabilidades y culpas, sin mediar el uso de la razón: una demanda de exhibicionismo de la culpa. Igualmente irracional sería la conducta inversa, la de escabullir cualquier tipo de responsabilidad, desde “esta fue una derrota que no tiene nada del otro mundo” hasta la evasión literal (“ni la conducción del comando fue del PC, ni el programa. El PC llegó, con su identidad, a la primaria”, según los términos de un raro cinismo del líder máximo del comunismo chileno Lautaro Carmona, lo que significaría que todo lo que viene después de la primaria no es de su incumbencia).
¿Cómo no reparar en que todo lo que se diga durante los primeros días de la derrota (o de la victoria, dependiendo del lente con el que se mira este asunto), son tan solo los pasos iniciales para interpretar lo que realmente sucedió, pavimentando lo que por un buen tiempo se entenderá por victoria o por derrota? Y bien digo interpretar, ya que las explicaciones se desarrollarán después y durante mucho tiempo: del mismo modo en que aun no existe una explicación dominante del estallido social de 2019 (aunque sí una negativa percepción hegemónica), tampoco tendremos prontamente a la vista una explicación de la última elección presidencial. Lo que tendremos son batallas de interpretaciones.
Esto es muy entendible ya que el resultado electoral del 14 de diciembre de 2025 no puede ser entendido de modo aislado, como si se tratase de un evento autónomo y único que solo se explica electoralmente. Este es el interés de la tesis del politólogo David Altman, quien, a partir de evidencia territorial, análisis discursivo y modelos ecológicos entrega buenas razones para tomarse en serio la posibilidad de que haya surgido en Chile un nuevo “clivaje”, esto es una nueva línea de falla o fractura que ordenará la política chilena por un buen tiempo. Esta es la más interesante (y sexy) de todas las tesis a la moda, la que está provocando rechazos tan irracionales como apasionados (“es una tesis que es funcional a la derecha”, esto es “pura falacia ecológica”), pocas adhesiones reflexivas y muchas posturas que consideran el trabajo de Altman interesante (aunque tal vez algo apresurado en ponerle un nombre a lo que sucedió, lo que corresponde a mi postura personal).
Otra expresión de lucha interpretativa es la conexión de esta elección con acontecimientos previos. Es evidente que el resultado de una elección presidencial no se explica por sí solo, como si su propia verdad estuviese contenida en ella y que solo falta revelarla para entenderla. El abandono de esta tesis ocasionalista constituye ya un gran logro, y prefigura la aparición de esquemas interpretativos mucho más complejos. Por ejemplo, el reciente documento del ex ministro Giorgio Jackson, “El fin de un ciclo, ¿qué esperar ahora?”, es valioso porque proviene de un agente político influyente y buen conocedor de los debates intelectuales de izquierdas: en este documento, Jackson retoma la trillada tesis del “fin de un ciclo político” (ya estrenada por el sociólogo Paulo Hidalgo en un libro de…¡2015!), retrotrayendo el origen de este ciclo que agoniza a la apertura de una fisura con las movilizaciones de colegios y liceos en 2006, un origen que evolucionó transitando por distintos estadios evolutivos. La tesis es interesante, pero es políticamente criticable: al distanciar tanto el origen del ciclo que se acaba, se desdibujan las responsabilidades políticas más actuales y, sobre todo, no se entiende la relación que podría haber por ejemplo entre el movimiento pingüino de 2006 y el estallido social 13 años después. Otras tesis retrotraen el origen del resultado de la elección presidencial de 2025 al estallido social de 2019, otras más al rol traumático que desempeñó la Convención Constitucional que fue elegida en 2021 y cuya propuesta de nueva Constitución fue repudiada en 2022, mientras que algunas responsabilizan al gobierno de Gabriel Boric. En lo personal, defiendo la interpretación de que lo que concluyó con la elección de José Antonio Kast es un periodo histórico de seis años marcados por la interacción (lo subrayo, porque esa debiese ser la unidad de análisis) entre el estallido social, la Convención Constitucional, el Gobierno del presidente Boric y un recambio generacional del electorado.
Es fácil advertir lo que se está jugando en Chile: batallas interpretativas, que durarán años. En buena hora: pretender que emerja una interpretación dominante en tan solo una semana es tan absurdo como aspirar a que los partidos de izquierdas (los derrotados objetivos) salgan a la palestra y se humillen públicamente a partir de recriminaciones mutuas o, más extraño aun, de una expresión colectiva de auto-crítica que solo es imaginable en situaciones sobre-naturales.
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