El triunfo de Kast: lecciones incómodas para el progresismo y la derecha convencional
Si la ultraderecha es la única opción en el tablero político de las derechas, hay más motivos para el pesimismo que para el optimismo sobre el futuro democrático


La elección del domingo pasado no tuvo grandes sorpresas: José Antonio Kast ganó por un amplio margen. Este resultado implica una clara derrota para la centroizquierda y, por lo mismo, es relevante llevar a cabo una reflexión sobre los problemas del mundo progresista. Ahora bien, no hay que pasar por alto que esta elección no solo fue una derrota de la centroizquierda, sino que también —y sobre todo— un fracaso electoral de la derecha convencional. Su candidata quedó en quinto lugar en la primera vuelta electoral con un magro 13%, y los votos de ambos candidatos de ultraderecha (Kast y Kaiser) sumaron un 38%. Por su parte, en el Congreso las fuerzas de la derecha convencional tuvieron un desempeño mediocre, sobre todo a nivel de la Cámara Baja, donde la ultraderecha tiene la bancada más grande dentro del sector de las derechas.
Sin embargo, prácticamente toda la derecha convencional ha celebrado el triunfo de José Antonio Kast como si fuese propio, y todo indica que gran parte de sus cuadros formarán parte del nuevo Gobierno de ultraderecha. Al menos hasta ahora se ha visto muy poca autocrítica por parte de la derecha convencional, mientras que sí se observa una gran disposición a establecer una alianza con quienes hasta hace poco los tildaban de “cobardes”. De acuerdo con esta evidencia, resulta difícil pensar que quien saldrá fortalecido de esta alianza será la derecha convencional. La razón es simple: la agenda de la ultraderecha ganará en legitimidad. Como muestra la evidencia comparada, las derechas convencionales son “cómplices pasivos” en la normalización de las ideas y prácticas que promueven las ultraderechas.
Ahora bien, esto no quiere decir que el mundo progresista esté exento de culpas. Por el contrario, es crucial que el arco político de la centroizquierda reflexione sobre los aciertos y desaciertos tanto del Gobierno de Boric como de la campaña electoral. Para hacer este ejercicio de crítica es muy importante contar con evidencia empírica, en vez de dejarse llevar por meras impresiones. Es relevante hacer menos “sociología de salón” y más estudios cualitativos como cuantitativos y comparados. En efecto, abundan diagnósticos que, aun cuando suenan plausibles, en la práctica muchas veces tienen escasa validez en los datos. Con el fin de aportar a este debate, llevamos a cabo una encuesta justo antes de la segunda vuelta presidencial, incluyendo varias preguntas que ayudan a comprender mejor el perfil de los votantes.
Partamos por una cuestión muy obvia y simple: ¿qué hubiese pasado si la centroizquierda no hubiese nominado a Jeannette Jara, sino a otra figura política? Para abordar este tema, incluimos preguntas por escenarios de segunda vuelta entre José Antonio Kast y dos figuras establecidas del mundo progresista: por un lado, Carolina Tohá y, por otro, Tomás Vodanovic. Mientras la primera representa para muchos experiencia política y moderación, el segundo es visto usualmente como una promesa política ascendente dentro del Frente Amplio, quien destaca por su capacidad de gestión.
Como se puede ver en los gráficos adjuntos, la evidencia revela que ni Tohá ni Vodanovic hubiesen sido opciones más competitivas, ya que teóricamente habrían logrado obtener un 38% de los votos, mientras que Jara movilizó al 42% del electorado. Al revisar los datos de la encuesta, queda en evidencia que tanto Tohá como Vodanovic son más competitivos en la clase alta (segmento ABC1) y entre quienes normalmente votaban antes de la introducción del voto obligatorio. No es evidente, entonces, que otros liderazgos de centroizquierda hubiesen tenido mejores chances ni que logren llegar a segmentos del electorado cruciales para ganar la elección (quienes apoyaron a Parisi y quienes antes del voto obligatorio no participaban). Visto así, es posible pensar que esta elección era cuesta arriba para el mundo progresista, en gran medida por un cambio importante en la agenda, que giró desde temáticas centradas en la desigualdad hacia temáticas sobre orden y seguridad.
Por su parte, aun cuando resulta plausible pensar que la marca “comunista” no ayudó a la campaña de Jeannette Jara, los datos acá presentados revelan que figuras como Tohá o Vodanovic hubiesen tenido resultados similares. Con ello no hay que minimizar el impacto de que parte del Partido Comunista chileno siga afiatado a discursos no solo añejos (marxismo-leninismo), sino que también siga defendiendo de manera explícita o implícita a regímenes dictatoriales como Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sin una crítica clara hacia los autoritarismos de cualquier tipo, resulta poco creíble sacar al pizarrón a la ultraderecha por sus pulsiones iliberales y su adhesión a proyectos antidemocráticos como los de Orbán en Hungría o Trump en Estados Unidos.
Más allá de lo anterior, los datos de la encuesta levantada revelan diferencias importantes entre la votación por Kast versus Jara. Aun cuando Kast obtuvo aproximadamente un 16% más que Jara (alrededor de dos millones de votos), su apoyo no es particularmente fuerte entre los jóvenes, sino más bien entre personas que tienen sobre 40 años, y existe una brecha de género importante entre quienes lo votaron. A su vez, resulta interesante destacar que la evidencia levantada indica que el 66% de quienes votaron por Kast en la segunda vuelta están a favor del aborto en tres causales. ¿Qué hubiese pasado, entonces, si la agenda del momento no hubiese estado centrada en temas como migración y delincuencia, sino en los derechos reproductivos de las mujeres y la provisión de derechos sociales por parte del Estado?
Visto así, la genialidad de Kast es en parte la debilidad del progresismo: mientras el primero supo construir un relato centrado en temas que son demandados transversalmente por la ciudadanía (migración y seguridad), ocultando simultáneamente sus cartas en una serie de otras temáticas donde sus posturas son de nicho, el mundo de la centroizquierda no supo armar una narrativa que conecte de manera clara con posturas mayoritarias al interior de la sociedad. Acá es donde las fallas de gestión del Gobierno de Boric y ciertos errores garrafales (por ejemplo, el indulto por delitos cometidos en el marco del estallido social) pasaron la cuenta a quien es visto como una figura de continuidad.
Sin una revisión profunda respecto a los claroscuros de esta administración ni una reflexión de fondo sobre cómo conectar con los anhelos y temores de las mayorías, difícilmente podrá ni el progresismo ni la centroderecha gobernar el día de mañana. Esto es preocupante no solo para quienes son de centroizquierda y apoyan a la “derechita cobarde”, sino también para la democracia. Si la ultraderecha es la única opción en el tablero político de las derechas, hay más motivos para el pesimismo que para el optimismo sobre el futuro democrático. Quien tenga dudas, lo invito a pensar en el decurso de Estados Unidos.
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