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Matías Bargsted, sobre Kast: “No sé lo que piensa. Esconde mucho sus cartas”

Estudioso de la opinión pública y sus veleidades, el director del Instituto de Sociología de la Universidad Católica de Chile aborda la segunda vuelta de este domingo

Matías Bargsted

En la oficina del director del Instituto de Sociología en la Pontificia Universidad Católica de Chile, junto a un equipo de aire acondicionado, pende un documento que acredita que Matías Bargsted (Santiago de Chile, 48 años) se doctoró en Ciencia Política por la Universidad de Michigan (con una tesis sobre la condicionalidad de la formación de opinión). Enfrente, una pizarra tiene apuntadas con plumón blanco unas secuencias matemáticas indescifrables para el lego. Entre ambas, una ventana mira al oriente en pleno Campus San Joaquín, hacia el sur de la capital chilena.

Licenciado y magíster por la misma unidad académica que dirige en el período 2023-2026, los intereses investigativos de Bargsted van del comportamiento político comparado a la sociología de la religión y la metodología cuantitativa. Eso sí, lo suyo, lo propio, es la opinión pública. Ahí estuvo su “despertar cognitivo” en tiempos de pregraduado, confidencia hoy con distensión.

Editor asociado del International Journal of Public Opinion, es también investigador asociado del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (2022), con quienes presentó en 2022, junto a otros cuatros investigadores, un trabajo con resultados poco evidentes. Tras largos años de encuestar a las mismas personas, vieron que la identificación con derechas e izquierdas, además de sostenerse en el tiempo, era más alta de lo que haría creer el desprestigio de la actividad política. Mientras tanto, “la gente del centro entraba y salía de la identificación: decía ‘centro’; al año siguiente, ‘no me identifico’; al año siguiente, ‘soy más o menos de centro’.

De ello extrae Bargsted una conclusión más que pertinente a propósito de las elecciones del 16 de noviembre pasado, así como la segunda vuelta de este domingo entre Jeannette Jara y José Antonio Kast: “El centro y la desafección van de la mano en la encuesta longitudinal. La gente va transitando entre el centro y la desafección ideológica. Y ese es el mundo al que [Franco] Parisi buscó dirigirse”.

El ahora célebre “ni facho ni comunacho con que el economista residente en Estados Unidos se presentó este año a una tercera y exitosa aventura electoral “lo está posicionando en el centro, y es un nuevo centro”. Pero no un centro de partidos institucionalizados, sino “un nuevo centro, antiestablishment, que es una configuración que en Chile no existía: que el partido del centro tuviera una posición muy crítica frente a los partidos tradicionales”.

Y que este centro sea, además, un centro populista, tiene los contornos de un golazo: “Cierta literatura habla del populismo como una ideología viral, en el sentido de que se monta encima de otra ideología clásica, de derecha o de izquierda. Como no se sostiene por sí misma, necesita apoyo discursivo, narrativo, de posiciones tradicionales, pero apretándoles las tuercas a la identidad más populista. Se habla de populismo de derecha (Milei) y populismo de izquierda (Chávez), y sociológicamente Parisi está abriendo un camino nuevo: hizo una propuesta política que tuvo resonancia en un segmento muy importante de la población”.

¿Y cómo llegar a ese centro de Parisi, se han preguntado las campañas de Kast y Jara, así como medio mundo? No a través del viejo voto de tipo DC o radical, moderado y articulador de entendimientos, sino del siempre esquivo “votante medio”, piensa Bargsted, para luego explicarse:

“Si yo ordeno a todos los chilenos que pueden votar, desde el que está más a la derecha hasta el que está más a la izquierda, voy a encontrar al votante medio en el percentil 50, y esa persona define la elección, para dónde se va la mayoría. Y los partidos, tradicionalmente, están al acecho del votante medio”.

Ahora, puestos en los zapatos de Jara y de Kast, “buscar el votante medio es un ejercicio muy sutil, porque tampoco quieres andar diciendo cosas que son inconsistentes con lo que ya dijiste, porque eso implica un costo reputacional”, sobre todo cuando “algo que le pegó duro el liderazgo de Boric fue el tema de las volteretas”. Y lo que hizo Kast, cree el académico, “fue ideológicamente muy inteligente. Dijo, modelemos el espacio político chileno en dos dimensiones. Si ordenamos a las personas en la escala izquierda-derecha, con énfasis en el tema de seguridad, el votante medio está hoy con Kast para la segunda vuelta”.

Sin embargo, “si las ordenamos del más conservador al más progresista, Kast probablemente no tiene al votante medio, lo tiene Jara, porque Kast adopta posiciones más conservadores -o, como dicen algunos intelectuales, ultraconservadoras, neorreaccionarias y cosas por el estilo. Y entonces Kast dice, ‘electoralmente no puedo operar en estas dos dimensiones simultáneamente, así que voy a cancelar una’. Y no habla de aborto, de matrimonio igualitario, de agenda valórica; simplemente, no compite en esa dimensión. Lo que está haciendo es movilizar ideológicamente para que discutamos en la dimensión en la que él tiene al votante medio”.

La militante del PC, prosigue el argumento, “ha tratado a veces de meter la dimensión [conservadurismo vs. progresismo] de vuelta, pero Kast ha sido muy efectivo en decir, no voy a hablar de eso. Entonces, se trata de cómo darle el peso relativo a qué subdimensión, y sobre esa base eso ganar una elección”.

Lo que llama la atención de Bargsted, dicho todo lo anterior, “es lo efectivo que ha sido Kast en el control de agenda, en que se hable de ciertos temas y no de otros”. Y esto, también, gracias a la opinión pública. “Porque no es que la opinión pública no tenga hoy posiciones sobre el aborto, o el matrimonio gay, o la identidad de género: los tiene, y probablemente son temas que generan posiciones antagónicas, porque están moralmente cargados. Pero hoy se habla de estos otros, y en esa arista Kast sintoniza mejor que Jara con las preocupaciones ciudadanas”.

Con sus aprensiones a la hora de calificar a Kast de ultra - por haber tenido en noviembre a Johannes Kaiser a su propia derecha, o porque más ultra que los republicanos fue la izquierda en la Convención constitucional-, su mayor inquietud con Kast va por otro lado: “Lo que me pasa con Kast es que no sé lo que piensa: esconde mucho sus cartas. Hay mucha especulación de que va a erosionar ciertos derechos sociales, y él no pone las cartas sobre la mesa con claridad. Lo claro es que esconde las cartas. Dijo que iba a bajar en 6.000 millones de dólares el gasto fiscal, y todavía no tenemos idea de cómo lo va a hacer. ¿Y qué va a hacer con los migrantes irregulares? ¿Los va a expulsar? ¿Va a invitarlos a salir? ¿Les va a quitar el acceso a los servicios públicos? ¿Todas las anteriores? ¿Y cómo lo va a hacer, legalmente?

En medio de esas cavilaciones, toma alguna distancia para dar una mirada más general al panorama político y para entender si quienes lo habitan y quienes los estudian -incluyéndolo- contribuyen a que haya una política de mejor calidad. La respuesta no es clara, y cada tanto asoman indicios que alimentan el escepticismo. Por ejemplo, cuando muchos en la opinión pública creen que la transparencia o la participación a todo evento garantizan una mejor política, al contrario de las satanizadas cuatro paredes de la negociación, parlamentaria y de otros tipos, y los políticos les llevan el amén.

¿Qué habría pasado, por ejemplo, si en vez de una primaria “en que votan los prendidos [entusiastas]”, los partidos oficialistas hubiesen designado a la socialdemócrata Carolina Tohá en vez de a Jeannette Jara?, se pregunta. No habría sido muy participativo, pero las opciones de la centroizquierda serían otras este domingo.

Y ahí la deja Bargsted.

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