De Boric a Kast, los desilusionados de la política chilena hacen mover el péndulo: “No cumplió lo que prometió”
La política no da respuesta a la ciudadanía, que cada cuatro años apuesta por proyectos diferentes y radicales en la presidencial. La percepción de mayor inseguridad ha empujado opciones como la del ultra Kast, que en una semana se mide con la comunista Jara

Manuel Segura, de 65 años, fue un testigo de primera línea del estallido social de 2019. El vendedor de bebidas y golosinas tenía su carro justo en Plaza Italia, la zona cero de las revueltas, en el centro de Santiago. Recuerda esos días de manifestaciones y violencia como “un caos”. Un par de años después, en 2021, votó por Gabriel Boric con la esperanza de que generara el cambio que había pedido la ciudadanía en la calle, que mejorara la situación de los que, como él, tienen menos recursos. “Eso no pasó, hizo las cosas peores de lo que se habían hecho y hoy tenemos otras preocupaciones, como la delincuencia”, apunta. Para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales chilenas, del 14 de diciembre, votará por el candidato de las derechas, José Antonio Kast, líder del partido ultra Republicanos. “Es el único que puede poner mano dura”, afirma el comerciante, hoy ubicado a unas calles más arriba del epicentro del estallido, quien ve en la candidata de la izquierda, Jeannette Jara, militante comunista, una continuidad del Gobierno de Boric.
La Plaza Italia, que los manifestantes de 2019 rebautizaron como Plaza Dignidad, es un testimonio de cómo ha envejecido el estallido social. La plaza hundida de la estación Baquedano del Metro, que se cerró durante las revueltas y se convirtió en un espacio con rayados en honor a las víctimas de trauma ocular, insultos contra las policías y declaraciones de principios políticos, ya no existe. Por estos días trabajan un puñado de obreros para convertirla en una explanada y los muros ya no hablan de justicia. Ahora, los que hablan, son los que se quedaron en la zona. Ana Tarazona, de 42 años, ama de casa y vecina del sector, votó por Boric, especialmente ilusionada por sus promesas sobre gratuidad para estudiar. “Me desilusioné. El desorden que se ha generado en estos años, la violencia, la delincuencia. La inseguridad es algo que me ha afectado desde el estallido, pero suponía que eso conduciría a un cambio, pero he percibido pocos en estos últimos cuatro años”, plantea. Ahora va por Kast porque, dice, le da miedo el comunismo.






Cuando Boric resultó electo, el país venía saliendo del estallido social, estaba inmerso en un proceso constituyente para cambiar la Constitución, y los derechos sociales, como las pensiones, la educación y la salud, estaban en el centro del debate. También se discutía sobre ecología, los derechos de las mujeres, de las minorías, de los indígenas. Hoy, sin embargo, la conversación se centra en la seguridad, la principal preocupación de los chilenos, el crecimiento económico y el control migratorio. Estos tres ejes, además de ser banderas que ha enarbolado históricamente la derecha, son los cimientos sobre los que Kast ha construido su tercera campaña para llegar a La Moneda, donde corre con ventaja, según los sondeos publicados antes de la veda de 15 días previa a las elecciones.
Hace 20 años, en 2006, que un presidente chileno no le entrega el poder a un sucesor de su mismo signo político. Desde entonces, izquierda y derecha han gobernado intercaladamente, como si los electores -decepcionados de unos y de otros- castigaran a los incumbentes y siempre apostaran por un cambio. A esta elección, además, se le suma un bolsón de votos de unos seis millones, ya que el sufragio, por primera vez en una presidencial, es obligatorio y con inscripción automática en el censo. Eso quiere decir que mientras los últimos mandatarios fueron elegidos en comicios donde participaron unos siete millones de votantes, la mitad del padrón electoral, -Boric salió electo con el 55,8% de los votos de quienes participaron-, esta vez son 15,8 millones los que deberán votar.
Cristián Valdivieso, director de la encuestadora Criteria, ha señalado a EL PAÍS que el nuevo electorado está desafectado de la política, pero que eso no implica apatía. Tiene sus motivaciones, solo que no le hace sentido la política actual. “Al no creer en la clase política”, dijo el analista, “potencialmente se desafecta más de la democracia, se identifica más con quienes desafían a los políticos tradicionales. La mayoría son jóvenes que buscan posturas más radicales, que hoy están en las candidaturas de la oposición. Es un votante que podría haber votado por Boric en 2021 y hoy podría estar con la derecha. Pero no es un voto duro”. En eso coincide la investigadora Kathya Araujo, que los llama “votantes infieles”. En sus estudios, Araujo ha encontrado muchas personas que vienen de familias socialistas, pero que les encantaría votar por la ultraderecha. “O mencionan a alguien de centro simplemente porque les cae bien. Buena parte de la sociedad tiene poca adhesión ideológica. Son votantes infieles”, afirmó en La Segunda. “El sentimiento más extendido en la sociedad es de apolítica y desapego. Y eso, con el voto obligatorio, se oculta. Parece que todos están interesados en la elección, pero muchos no lo están”,
Dentro de esos votantes que hacen mover el péndulo están los casos como el de Jorge Acevedo, de 69 años, un gásfiter que ha votado por los socialistas Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018) y ahora le dará su voto a Kast. “Me gustan sus ideas, pero también votaré por él porque me preocupa la inseguridad. Siento que ahora la delincuencia es el doble de lo que había antes en Chile, los robos tienen al país en cero”, plantea en Escuela Militar, en el municipio de Las Condes.

El Informe nacional de víctimas de homicidios consumados en Chile de 2024 reveló una tasa de 6,0 por cada 100.000 habitantes, el doble que hace 10 años, pero significativamente menor que países de la región como Ecuador, con 38 homicidios por cada 100.000 habitantes. La percepción de inseguridad, sin embargo, se mantiene en niveles históricos, influenciado en gran aparte porque la nueva criminalidad está marcada por homicidios más violentos y se sumaron delitos como sicariatos, trata de personas y secuestros, que antes no se veían. Acevedo, que vive en el municipio de La Pintana, uno de los más vulnerables de Santiago, tiene un diagnóstico pesimista de la situación actual en la economía, el trabajo, la inversión extranjera. A personas como él les habla Kast cuando habla de un “cambio radical” tras este “Gobierno fracasado”. “Todo va a estar bien”, suele repetir el candidato que ha logrado poner detrás suyo a la derecha tradicional y a la libertaria.
Los analistas advierten que, si el republicano llega a La Moneda, no debe cometer el mismo error que Boric, de creer que todos los votos obtenidos en segunda vuelta son adherentes de su programa. Una fracción importante de los sufragios nuevos que conquiste Kast -obtuvo 3,2 millones en la primera vuelta-, no serán de electores duros, sino “infieles”. Como remarcaba Valdivieso, aunque sea electo con el número de votantes más alto de la historia chilena, no quiere decir que esa sea su base de apoyo: “Quien resulte electo es que triunfó gracias a un matrimonio de conveniencia con un porcentaje importante de un electorado pragmático, y que se pueden divorciar el 12 de marzo, un día después de asumir la Presidencia, si las cosas se complican”.
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