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Tribuna
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El colaborador

Antonio Elorza

Afónico y emocionado, Joaquín Almunia compareció en la sede del PSOE al conocer su propia derrota y ofreció sin reservas "la colaboración y el respaldo de todo el partido" al vencedor de las primarias, José Borrell. En cuanto a sí mismo, no dudó en reconocer el alcance de lo sucedido: seré, dijo, "desde hoy, un colaborador más del candidato y futuro presidente". Era una muestra de gran generosidad que abría el camino a una resolución bastante fácil de los complejos problemas que planteaba la aparición de un nuevo líder, respaldado por una mayoría de votos de los afiliados, frente al secretario general que ocupaba el cargo por designación del último congreso. Una lectura mínimamente rigurosa de las palabras de Almunia implicaba que esa colaboración no podía consistir en una dimisión que abría de modo inevitable el paso a un congreso extraordinario. Y tampoco había lugar para la duda en la correcta lectura que Almunia hacía de la victoria de Borrell: éste pasaba a ser el número uno del partido, por una imprevista consecuencia del proceso democrático abierto en el interior del PSOE, y él asumía un papel de colaborador, lo cual, según el diccionario, significa persona que trabaja con otra bajo la dirección de esta última. En principio, pues, todo estaba resuelto.La intervención de Almunia en la mañana siguiente, tras la reunión de la ejecutiva (y tras la reunión en el despacho de González en la noche de la elección), hizo ver para quien supiera leer, que las cosas no eran tan simples. Por supuesto, no lo vieron en la prensa quienes se limitaron a elogiar sin reservas el comportamiento del secretario general durante todo el proceso, dejando de lado el pequeño detalle de que su convocatoria se parecía más que nada a un plebiscito, frustrado por el inopinado concurrente, y que sus llamadas a apoyos y presiones a realizar por la dirección del partido y por González, sin contar el "yo o el caos" que implicaba el anuncio de dimisión en caso de derrota, no eran precisamente factores que favoreciesen esa expresión libre del voto que contra viento y marea acabó imponiéndose. Las declaraciones de Almunia esa mañana enlazaban a la perfección con tales antecedentes. Al reseñar las dos posturas sobre su dimisión en la ejecutiva, el nombre de Borrell estuvo ausente, hasta que su mención, entre excusas, fue obligada por la pregunta de una periodista. Y en línea con lo anterior, el inevitable protagonismo de Borrell en el futuro debate sobre el estado de la nación sufría una drástica reducción, siempre dentro de la familiaridad en las formas hacia Pepe Borrell. Era ya una inversión en la jerarquía que Almunia asumiera la noche anterior: "Vete preparándote para el debate con Aznar", le habría dicho, como el padre que manda a su hijo a hacer los deberes. No son las palabras de un colaborador. El supuesto dimisionario reasumía el control de la situación.

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Con el paso de los días ha podido verse que la anunciada dimisión de Almunia perdía todo contenido personal y se convertía en una clave de la táctica adoptada por el aparato para reconducir su derrota. La fórmula había sido anticipada por Eguiagaray el mismo domingo: la organización del partido hace la política, con Almunia siempre al frente, y Borrell se presenta como cabeza de lista en las elecciones. De ahí la pretensión de asignarle ahora el puesto de portavoz parlamentario para el cual fue antes rechazado. La dimisión se convierte pronto en una amenaza si Borrell no acepta la distribución de poderes que Almunia le ofrece, nada menos que en 12 puntos. De la colaboración a la imposición, en cuyos términos, a pesar de las primarias, el PSOE adoptaría el modelo del PNV. El aparato hace la política; el candidato la representa en público.

Todo entre sonrisas, pero sobre un fondo de innegable dureza. A pesar de lo cual lo más verosímil es el acuerdo, porque las elecciones están lejos, Borrell carece de apoyos orgánicos y seguir tensando la cuerda desde Ferraz sería el suicidio. Pero mal compromiso será el que difumine o cerque el liderazgo de quien lo obtuvo gracias a la democracia interna. Asumirlo por parte de Almunia no es humillarse, sino simplemente atenerse a sus propias palabras de la noche electoral.

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