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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Medio siglo de Israel

HACE 50 años nacía un nuevo Estado que quería y no quería ser como los demás. De un lado, un anhelo acunado en una diáspora de siglos hacía que por primera vez desde tiempos bíblicos el pueblo judío contara con un territorio, como cualquier Estado nacional. De otro, ese Estado tenía una grave condición: todos los judíos, de cualquier procedencia, tendrían derecho a poblar el antiguo territorio de Israel, pero al precio de expulsar o anular los derechos de su moradores, los palestinos. A los 50 años, cinco guerras y tres paces precarias, la estabilidad y la paz siguen ausentes. Israel firmó en 1993 un acuerdo con los palestinos de Arafat que ha permitido el inicio de una retirada de sus conquistas en la guerra de 1967. En lo evacuado existe ya un embrión de entidad política palestina, y hoy cabe decir que la mayor parte de la opinión árabe acepta, o se resigna a, la existencia de Israel. Aun admitiendo los riesgos que ello entraña para la seguridad de Israel, reina también un consenso universal en que, sin la conclusión de una retirada de Cisjordania y Gaza, la formación de un Estado palestino independiente y un acuerdo sobre la capitalidad compartida de Jerusalén, cualquier armisticio dejará a tantos árabes en rebeldía que equivaldrá a aceptar para siempre la violencia como forma de vida del Estado.

Para que los próximos 50 años sean menos dramáticos, y Oriente Próximo deje de ser el gran foco de inestabilidad mundial que ha sobrevivido a la guerra fría, el primer paso correspondería al actual primer ministro, Benjamín Netanyahu. Un Estado palestino de apenas 6.000 kilómetros cuadrados con terribles problemas de desarrollo, pese a toda la largueza de la UE, no puede ser una amenaza seria para Israel. A mayor abundamiento, ese Estado no podría sobrevivir aislado, sino que una unión económica con el Estado israelí sería lo mínimo que exigiría la naturaleza misma de las cosas. Todo ello reclama audacia y generosidad israelíes y garantías de seguridad palestinas. Si de aquí a mayo de 1999 no hay progresos en la negociación, Arafat proclamará el Estado palestino, y Netanyahu ya ha advertido que responderá «a lo unilateral con lo unilateral». Graves palabras.

Ese pasillo de tiempo de apenas un año puede condicionar el segundo medio siglo de vida de Israel. Para que un día ese Estado igual a los demás se halle consolidado en la paz de la zona habrá que actuar decisivamente. Hoy no sobran razones para el optimismo.

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