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Reportaje:

Los alaveses no dejan a su patrón

Aritz descubrió ayer, a sus quince años de edad, una vertiente de su ciudad que desconocía: la fiesta de San Prudencio. Este es el primer año que no ha aprovechado el macropuente que se forma al encadenar la fiesta patronal de los alaveses y el Primero de Mayo para marcharse con sus padres fuera de Vitoria. Junto a sus amigos disfrutó de todos los actos de las fiestas, desde la retreta y la tamborrada hasta la romería en las campas de Armentia, un pueblo de 200 habitantes pegado a la capital y que, según cuenta la historia, vió nacer a San Prudencio. Aritz fue uno de los miles de vitorianos que no se dejaron intimidar por el frío y se acercaron hasta Armentia para celebrar la festividad anual. Estas campas son el principal foco de atracción de la festividad de San Prudencio. En ningún rincón de la ciudad, la sensación de fiesta es tan intensa como en Armentia. Aunque los expertos e historiadores aún dudan de la existencia de San Prudencio, pocos vitorianos son los que la ponen en duda. "¿A quien se le ocurre dudar de que existiera San Prudencio? ¿Acaso no tiene su casa en Armentia?", comentaba ayer con un punto de enojo Sagrario ante la imagen del santo, un conjunto artístico que corona la avenida del mismo nombre y se abre a las campas de Armentia y a su basílica románica. Precisamente, una de las noticias de la jornada radicó en la estatua de San Prudencio, que la madrugada del pasado domingo sufrió un ataque de algunos vándalos que le dejaron sin la empuñadura del báculo. A pesar de este percance, San Prudencio lució durante casi toda la jornada una empuñadura provisional hecha a base de escayola, aunque a media tarde no resistió y se cayó. "Ni a San Prudencio le pueden dejar en paz. Es el colmo", se lamentaba Sagrario, quien a sus 65 años aún recuerda vagamente cuando se construyó la imagen y los tres ataques que ha sufrido en sus 58 años de existencia. Aritz reconocía ante la imagen del patrón que su visita a las campas de Armentia no se debía a su devoción religiosa por el santo. Más bien, a su devoción por la fiesta. "Conozco las fiestas de Vitoria y el Día de Santiago. Sólo me faltaba el Día de San Prudencio. Por fin voy a poder completar todo el circuito festivo". Los puestos de vendedores ambulantes recorren el recinto festivo, especialmente los dedicados a la comida. El talo con chorizo compite con el queso de Idiazabal y las rosquillas de San Prudencio. Aritz y su cuadrilla se detienen a comprar algo, aunque aún es pronto para comer. Son las doce y media. Justo cuando salen de la misa celebrada en la basílica en honor de San Prudencio las autoridades locales, con el vicelehendakari, Juan José Ibarretxe, al frente. "Mira ese es Ibarretxe, el de Llodio. Dicen que va a sustituir a [José Antonio] Ardanza", era la frase más escuchada entre los curiosos que se agolpaban para ver al diputado general y al propio Ibarretxe. Un grupo de jóvenes desplegó algunas pequeñas pancartas a la salida del vicelehendakari reclamando el acercamiento de los presos de ETA. A media tarde la fiesta continúa pero la cuadrilla de Aritz emprende el camino de vuelta a Vitoria. A medida que van quedando atrás las campas, más firme es el propósito de Aritz de que a partir de ahora sus padres se vayan solos de vacaciones durante el puente de San Prudencio.

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Talo con chorizo
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