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O Terror dos Mares

El tercer toro era un novillo flacucho, desmedrado e imberbe, y Rivera Ordóñez lo toreó con una prosopopeya, una jactancia y una bravuconería como si se tratara de O Terror dos Mares. Le daba los pases Rivera Ordóñez, al acabar se le quedaba mirando de soslayo, esbozaba un ademán de darle en el morro con la badila, hacía mutis contoneante y marchoso.

Y la Maestranza, que estallaba de júbilo, se ponía en pie. Y la banda atacaba el pasodoble. La faena que Rivera Ordóñez le hizo al novillo flacucho, desmedrado e imberbe fue de las buenas. Claro que depende del referente. Si se compara con las faenas merecedoras de pasodobles y ovaciones que solían verse hace apenas dos décadas, fue en realidad faenita cumplidora y aseada. Si se compara con las de los modernos pegapases que llaman figuras, fue grandiosa.

González / Joselito, Ponce, Rivera

Tres toros de Manolo González (rechazaron cuatro en el reconocimiento), de escaso trapío, 4º pastueño, 5º y 6º mulos. Tres de González Sánchez-Dalp (dos rechazados en el reconocimiento), 1º y 2º discretos de presencia, inválidos, manejables; 3º impresentable, pastueño. Joselito: pinchazo, otro hondo perdiendo la muleta y rueda de peones (silencio); estocada ladeada y ruedas insistentes de peones (silencio). Enrique Ponce: pinchazo, estocada - aviso - y dobla el toro (ovación y salida al tercio); pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (silencio). Rivera Ordóñez: cuatro pinchazos - aviso -, pinchazo perdiendo la muleta, estocada muy tendida atravesada traserísima y descabello (gran ovación y salida al tercio); pinchazo y otro hondo (ovación) . Plaza de la Maestranza, 27 de abril. 10ª corrida de feria. Lleno.

Tras el tanteo, Rivera le dio al pastueño novillejo dos tandas de derechachos sin excesivo fundamento y, ya en el platillo, tres de naturales largos, con temple y ligazón, estupendamente rematados con los pases de pecho. Hubo un circular de espaldas, que sería creación de Llapisera y suerte habitual de los enanitos toreros, pero que al público actual sorprende, emociona y le impulsa a saltar de sus asientos.

Unos por bajo bien trazados empleó Rivera para acercar el novillo al tercio, cuadró, y en los ensayos mal resueltos del volapié perdió el triunfo clamoroso que tenía sobradamente ganado. Lo que debieron ser dos orejas se quedó en un aviso y la enorme ovación que recibió desde el tercio. Los maestros Joselito y Enrique Ponce, al lado de Rivera Ordóñez, parecían aprendices. A los maestros Joselito y Enrique Ponce lo que les ocurre es que cuando se empeñan son aburridísimos.

Los maestros Joselito y Enrique Ponce enchufan la máquina de pegar pases y les sale una producción seriada.

Que esos pases se ajusten a las mínimas prescripciones técnicas exigibles en un rutinario control de calidad, ya sería mucho pedir. Las figuras no están para eso. Las figuras, con poner en marcha la máquina, ya han cumplido.

Joselito tenía la máquina averiada. Joselito estaba en otra onda. Joselito se pasó la tarde recitando para su chaleco el Ser o no ser .

Debería comprender Joselito que el público puede hartarse de esperar sentado en un tendido a que le venga la gana de pegar un pase.

Entre pase y pase, ninguno templado ni reunido por cierto, Joselito se tomaba su tiempo. Su trasteo al primer torejo acabó pronto. Con el cuarto se puso pesadísimo pasándolo por la izquierda en un triste remedo del toreo al natural. Se impacientó entonces la afición y hubo algunos silbidos. La primera faena de Enrique Ponce...

La primera faena de Enrique Pone es difícil de recordar. Según los apuntes dio unos ayudados y se cayó el toro. Instrumentó dos tandas de derechazos sin apreturas. Siguió con una de naturales acelerados. De nuevo tomó la derecha y esta vez dibujó unos redondos cadenciosos y reunidos. Volvió a los naturales, los ejecutó trapaceros, y la música, que entonaba el pasodoble, frenó en seco. La famosa banda del maestro Tejera no toca cuando el toreo está reñido con el arte; ella que es pura armonía.

El quinto toro huía de los picadores, de los banderilleros, de Enrique Ponce y su insistente propósito de sacarle algún pase.

Al sexto lo recibió Rivera Ordóñez a porta gauola, le tiró tres largas de rodillas, lo veroniqueó con arrojo y la Maestranza se hizo un clamor, al que hubo de corresponder montera en mano. Ese toro ya no era O Terror dos Mares ni de broma. Ese toro, gemelo del buey anterior -hasta tenían la misma capa cárdena burraca- escapaba de la muleta berreando. Se ve que sólo quería conversación. E impidió al afamado diestro alcanzar un triunfo para el que venía lanzado y que pudo ser inolvidable. Entiéndase: hasta que encendieran los farolillos de la feria. Lo que ocurrió a las 12 de la noche.

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