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42, 195 KILÓMETROS DE ESFUERZO

La tormenta endurece el maratón

5.662 corredores alcanzaron la meta, muchos de ellos tiritando por la lluvia y el frío

Antonio Jiménez Barca

El día se volvió incómodo, desapacible, frío y lluvioso. Es decir, entre los corredores y la meta existió un problema añadido. Pero los maratonianos aceptaron el desafío atmosférico y cumplieron: 5.662 personas terminaron ayer la carrera: nuevo récord. A esto contribuyó, sin duda, el nuevo trazado, que salva el Retiro pero que, en contrapartida, es más blando y elimina las fatíticas cuestas de los últimos tramos, que llegaban en el peor momento. También ayudó el aliento de los madrileños, que, a pesar de la tormenta, aguantaron a pie firme animando a los que se metieron ayer en la aventura de correr sin parar durante 42,195 kilómetros. El primero, Fikadu Bekele, etíope, tardó dos horas y 17 minutos y se llevó a su casa una medalla de oro; el último, Vignoli Vasco, un jubilado italiano, empleó cinco horas y media, y pidió a los organizadores un recuerdo para llevarse también a su casa, algo que certificara que él también había derrotado a la mítica distancia, a la lluvia, a las ganas de rendirse y a un frío del demonio.

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Un viento invernal acompañado de un aguacero se levantó precisamente cuando el pelotón de los menos entrenados, los que más sufren, atacaba la zona más dura de la carrera.Más de quinientos maratonianos abandonaron entonces con temblores en el cuerpo y tirones en los muslos y en las pantorrillas. Otros muchos siguieron, aunque tiritando y con tirones a cada paso.

Uno de los corredores llegó al tramo final de la Castellana con la pierna derecha completamente agarrotada. De lejos parecía que caminaba con una pata de palo. Un espectador le vio, saltó la valla, le puso el periódico en la cabeza para protegerle de la lluvia y se lo echó al hombro. Entraron juntos.

El maratoniano se derrumbó delante de los médicos. El espectador regresó a la grada con su periódico hecho un trapo y se puso de nuevo a aplaudir y a gritar, quizá a esperar a otro al que echar una mano.

A las nueve y media se pusieron en marcha los 7.500 deportistas inscritos. El termómetro marcaba entonces 17 grados. Una temperatura ideal, en principio. Delante de ellos, los mismos kilómetros que se necesitan para ir desde la Puerta del Sol a El Molar. Como ocurre desde hace años, la maratón popular de Madrid revolucionó la capital durante una mañana entera.

PASA A LA PÁGINA 7

La primera carrera lejos del Retiro

VIENE DE LA PÁGINA 1Los automovilistas se quejaron del caos de tráfico que supuso dejar camino libre a 7.500 personas empeñadas en no desfallecer. La carrera no sólo se notó en la superficie. El metro se llenó de amigos, familiares, padres, madres, hijos, novios y novias de atletas que recorrían bajo tierra Madrid de una esquina a otra. El objetivo era simple: llegar justo cuando el corredor más querido pasaba y darle agua, naranjas, un empujón o un grito de ánimo.

La mayoría de los maratonianos coincidieron en que el nuevo recorrido es menos criminal que el de años anteriores. La maldita cuesta de las Acacias, que se interponía entre los corredores cuando ya olfateaban la meta, es ya historia. "Ahora todo es más equilibrado", decía ayer Carlos Manget, de 36 años, que ya ha corrido cuatro maratones. Y aunque los atletas no echaron de menos esa cuesta en la que se dejaban los pulmones, y por lo general mejoraron sus marcas personales, se acordaron del final en el Retiro. La meta ayer, por primera vez en 21 años, se instaló en el paseo del Prado. El Retiro amanecerá hoy limpio de botellas, despejado de mondas de naranja. Y sin embargo, los corredores añoraron acabar en el parque que durante tanto tiempo ha simbolizado el fin de la tortura.

La carrera, con todo, tuvo sus señas de identidad. Esas cosas particulares que la diferencian:los soldados de la Brigada Paracaidista, por ejemplo. Como todos los años, los militares empezaron cantando, marchando en formación, y acabaron como pudieron. Otros maratonianos coinciden al señalar al público de Madrid como particularmente afectivo. El chaparrón que se descerrajó en la parte final de la carrera no ahuyentó a los espectadores, que aplaudieron el paso, a veces cansino ya, de los atletas.

Hubo quien corrió vestido de payaso, quien lo hizo disfrazado de arlequín, quien alcanzó la meta con una peluca roja y unas gafas estrambóticas. Muchos cruzaron la meta de la mano de sus niños pequeños.

La tormenta descargó a eso de las dos de la tarde. A las cuatro horas y media de carrera. La temperatura se despeñó hasta los ocho grados. Los que iban por detrás la sufrieron más que nadie. Se hablaba de muchas retiradas, de un frío tremendo que taladraba las rodillas. Bastaba ver la tiritona de los que acababan de cruzar la meta para imaginarse el infierno que envolvía a los que aún seguían, más abajo, poniendo un pie delante de otro. A las cinco horas y media se terminaba el registro. Los corredores tenían que llegar antes de esa hora. Cuando quedaban 30 minutos para que se clausurara oficialmente la 21ª edición del maratón popular de Madrid, por la meta raleaban los atletas, que más que correr caminaban con la cabeza hundida en la barbilla. Pero bastaba oír el aliento de los espectadores, también héroes de esta carrera, para que alzaran el mentón y el orgullo más que la fuerza les hiciera ponerse a corretear. Los últimos en llegar se llevaban la misma ovación que el primero. Uno de los comentaristas lo explicó: "Han corrido lo mismo, pero les ha costado más: merecen más aplausos". Era cierto. Muchos de estos corredores de la cola iban por parejas, ayudándose unos a otros, aplicándose la esponja unos a otros.

Como si alguien hubiera escrito el guión, en el momento en que entró la última decena de atletas la lluvia paró, el frío se contuvo y el sol encontró un hueco y se coló en la carrera. Lo peor ya había pasado. Quedaban 100 metros para coronar una empresa en la que se pelea, sobre todo, contra uno mismo. El italiano que llegó el último cruzó la meta fuera de tiempo. Un minuto fuera de tiempo. Teóricamente, no tenía derecho a que se le incluyera en el registro. Pero el comentarista, lúcido, tuvo otra vez razón: "Que lo incluyan: ese señor también ha ganado".

CLASIFICACIÓN. En hombres, el primer clasificado fue el etíope Fikadu Bekele (2.17.59), seguido de los españoles Jesús de Grado (2.20.01), Salvador Maqueda (2.23.19) y José Fernández Atienza (2.24.09). En quinta posición entró el keniata Wilson Cheruiyot (2.24.48). En mujeres, la primera clasificada fue la española Josefa Cruz (2.39.11); segunda, la cubana Yesina Centeno (2.44.57), y tercera, la española Monserrat Martínez (2.49.35).

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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