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Tribuna
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La añoranza del parque y la alegría de acabar

La salida fue lenta, como siempre. Me puse al final del pelotón y tardé seis minutos en empezar a trotar. Luego se formó un embudo, ya que los cinco carriles del arranque se redujeron a tres. Los atletas estábamos felices porque no hacía un día de calor. Durante los primeros kilómetros tuvimos tiempo para las bromas y los cánticos. Hasta hubo uno que tocaba la armónica. Eché en falta los puntos de animación prometidos por Mapoma. No hubo ninguna persona alentándonos con megafonía. Sí escuchamos, como siempre, la música de Carros de fuego, en la calle de Fuencarral. Los voluntarios de los puntos de avituallamiento nos mimaron y hasta nos cantaron la canción de "No pares, sigue, sigue". Los madrileños se volcaron con nosotros. Agradezco el gesto de esas personas anónimas que nos ofrecieron naranjas, y de los niños que salieron a la calle para darnos una botella de agua. La gente se volcó con nosotros. Pero lo que más agradeces es el apoyo de tus familiares. Vi a mi mujer tres veces. Hacía el trayecto en el metro para animarme en los momentos disfíciles.

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La tormenta endurece el maratón

Con los cambios introducidos este año en el recorrido, tuvimos la ventaja de que el muro psicológico de los 30 kilómetros, cuando la mente te ordena parar si no estás preparado, coincide con el tramo llano de la Casa de Campo. En otras ediciones, el desfallecimiento sobrevenía en las cuestas del paseo de las Acacias. Este año era más fácil recuperarse.

Lo que más agradecí fue el cambio de los cinco últimos kilómetros. En lugar de ascender 38 metros entre los kilómetros 35 y 42, subimos 20. Fue un final más suave. Los corredores notaron el cambio y decían que la carrera era menos dura ahora.

El final fue una mezcla de agonía y éxtasis. Nos llovió desde el kilómetro 39 y no vi ni al coro rociero, ni a la banda de música, ni a la banda de gaiteros en los últimos metros. El agua caló en mis huesos y terminé con una tremenda sensación de frío. Crucé mi quinto maratón en cuatro horas y 38 minutos. Estaba feliz, pero eché de menos la amplia llegada del paseo de Coches del Retiro Era algo mágico.

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