_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Viva el euro!

Andrés Ortega

Cuando faltan cinco días para la Gran Decisión, sobre el lanzamiento a partir del 1º de enero de la moneda única europea para 11 países -coincidiendo prácticamente con el cincuentenario de aquel famoso congreso en La Haya donde empezaron tantas cosas-, ¿a qué viene tal profesión de fe? ¿Va a solucionar el euro nuestros problemas económicos? De por sí, no. No hay que creer en los milagros. Va a servir -de hecho, ha estado sirviendo ya durante varios años- de acicate para emprender algunas reformas que necesita España. Probablemente favorezca y haya favorecido y siga favoreciendo, durante unos pocos años también, el crecimiento a través de la combinación de un ciclo favorable y de tipos más bajos de interés. Además, al adaptarse al euro -no sin esfuerzo, pues no se han hecho aún todos los deberes-, España se prepara mejor para eso que se viene a llamar la globalización. El euro ayuda, pues, mas no resuelve nuestros problemas, entre ellos los de las disparidades regionales o sociales. «Federaliza sus carteras y sus corazones, y las mentes seguirán», recomendaba James Madison, dos veces presidente de Estados Unidos en los comienzos de esa nación. Sin llegar a calcar un modelo federal no demasiado útil como concepto en esta compleja Unión Europea, el euro facilita, sin duda, la federalización de las carteras. Y de su mano, de las mentes. Pues quizá lo más importante del euro es el cambio de mentalidades que puede provocar, al relativizar las fronteras, para empezar, económicas. El euro es la culminación del mercado común; mucho más común. Lo cual tendrá un enorme efecto psicológico, no siempre necesariamente positivo cuando se comparen directamente salarios, aunque sí precios. Pero a la lógica económica, e incluso psicológica, del euro se añade otra política. Como ha indicado Jospin, el euro no es un fin, sino un medio para fines diversos. Entre otros, para recuperar colectivamente soberanía perdida hacia los mercados, pero también para volver a poner a la Unión Europea en la vía no de la eliminación, sino de la superación de los nacionalismos de uno u otro orden, tras la tentación renacionalizadora en que Europa ha vivido en los últimos tiempos.

La moneda forzará a actuar conjuntamente -de forma coordinada primero, ¿integrada después?- y deprisa. Pues algunas cuestiones no dejan mucho tiempo a la duda. Va a ponerse en marcha una dinámica nueva. ¿Hacia dónde? El Euro X, el Banco Central Europeo, las varias Europas, son elementos que apuntan en algunas direcciones. Pero aún nadie sabe a dónde nos llevará, a 10 años vista o incluso a más corto plazo, este Gran Experimento. Ya decía Monnet que «el cambio que nacerá del cambio es imprevisible». Y además, el euro puede fallar, no hay que olvidarlo. La construcción política europea, hoy por hoy, depende del euro. Pero a la inversa también. La viabilidad del euro reposa en una unión política aún por inventar. Y la historia nos enseña que cuesta más montar que destruir una moneda única si se socava su base política. El último ejemplo histórico está próximo: el de la ruptura de la Unión Soviética y del rublo.

Previsiblemente, esta dinámica provocará también un amplio, saludable y urgente debate sobre la democracia de las instituciones europeas y de los propios sistemas políticos en una Europa más integrada. Algunos piensan que este impulso puede traducirse en la próxima conferencia intergubernamental, ya no sólo para un simple ajuste institucional que preceda a las futuras ampliaciones, sino para plasmar las necesidades políticas de esta nueva Europa del euro, que ha de rediseñarse. En sus instituciones, en la idea de los partidos políticos, incluso en la función de los sindicatos.

Las mentes seguirán... Pero, a las carteras, Madison añadía los corazones. Hasta el euro, la integración europea ha carecido de símbolos de identificación. Las banderas y los himnos sirven de poco mientras no les acompañe toda una historia. La moneda se verá. Algo es algo. Pero si algo le falta a este gran catalizador que ha de ser el euro, a esta Unión Europea, es aún saber cómo federalizar los corazones.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_