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Virus

ADOLF BELTRAN Lo que tiene entre manos la Administración valenciana no es cualquier cosa. Desde luego, no se trata de una crisis fugaz que vaya a disiparse fácilmente. Y la soledad del consejero de Sanidad (ausente, a causa de un viaje, incluso una parte del staff de su departamento), ha añadido dramatismo a la incapacidad de Joaquín Farnós para resolver dudas, precisar datos, canalizar la información y la atención a los posibles contagiados y reaccionar con solvencia técnica frente a lo ocurrido. En medio del caos, se han desgranado aspectos inquietantes. Así, se han contabilizado casi 2.000 pacientes en el grupo de riesgo; se ha señalado como origen del contagio a un anestesista, presuntamente adicto a los opiáceos con los que convive a diario, que trabajaba a destajo en quirófanos públicos y privados, facturando en ocasiones a nombre de una empresa creada al efecto; han sido suspendidos dos médicos y cinco han resultado expedientados por la consejería bajo la sospecha de encubrir el brote de hepatitis C; se ha desvelado que jefes de servicios de hospitales públicos con cerca de 1.000 camas son, a la vez, directores médicos de clínicas privadas, en un entramado de intereses que parece haber tenido consecuencias funestas; ha quedado en evidencia que los mecanismos de control y vigilancia de epidemias han fallado en el corazón mismo del sistema de salud... Es de esperar que la semana de viaje promocional de Zaplana en Miami y Orlando haya dado mucho más que buenos resultados, tantos como para justificar la ausencia del presidente de la Generalitat mientras el virus de la hepatitis C causaba estragos, no sólo en los organismos de los 217 contagiados en los quirófanos y en los ánimos de miles de personas atenazadas por el miedo a haberse infectado, sino en la estructura misma de la sanidad valenciana. La imagen de un Zaplana sonriente junto a un Julio Iglesias no menos jovial, vendiendo las excelencias de esta tierra al otro lado del Atlántico, resultaba grotesca bajo el impacto ciudadano de un escándalo hospitalario devastador. Sólo la demostración de que unos milagrosos dividendos comerciales, políticos y empresariales se han logrado en Estados Unidos gracias a la imprescindible intervención presidencial podría servir de precaria justificación. De lo contrario, habrá que concluir que se ha perdido ya, en la mayoría que gobierna el Consell, el más elemental sentido de la realidad o, lo que es peor, de la responsabilidad.

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