Lluvia para los que más pagaron
La tormenta que descargó en la tarde de ayer sobre Bilbao puso el concierto de Pavarotti al borde de la suspensión. A las 8.15 horas, la megafonía de San Mamés anunciaba a los más de 20.000 espectadores que ya aguardaban al tenor que el concierto se retrasaba 20 minutos. «Disculpen las gotas y las molestias que causa el temporal», dijo una voz anónima. A las 8.50, con estricta puntualidad, los músicos comenzaron a afinar y poco después salió al escenario el maestro húngaro Janos Acs. El concierto estaba en marcha. Tres gritos de «Athleeeeeetic», sonoros y larguísimos, precedieron al himno del club del maestro Bernaola, tocado con toda solemnidad por la Orquesta Sinfónica de Bilbao y cantado por la Sociedad Coral de la ciudad. Falló al principio el ritmo del público, mayoritariamente gente de mediana edad bien engalanada, y las palmas sonaron desacompasadas, pero sirvió para romper el hielo y recibir con una ovación el inicio del programa.
El concierto empezó con la obertura de Carmen, una sorpresa fuera de programa. Entonces apareció Pavarotti, fiel a su imagen, con un pañuelo en la mano izquierda y una sonrisa que le cruzaba el rostro y le llenaba la cara de arrugas. A ambos lados del escenario, sendas pantallas de grandes dimensiones reproducían los primeros planos del protagonista de la noche.
Con la mano sobre el pecho, inclinando ligeramente la cabeza, Pavarotti saludó una y otra vez al público, que a los diez minutos ya se había olvidado del mal tiempo y se había entregado al tenor. La peor parte de la tormenta se la llevaron quienes ocupaban las localidades más caras. Las sillas colocadas sobre el campo no estaban a cubierto, sus ocupantes siguieron la hora y media de concierto bajo la amenaza de las nubes. La organización repartió al público de esas primeras filas -localidades que costaban entre 20.000 y 26.000 pesetas- unos impermeables blancos, color impropio de la catedral rojiblanca. «Mucho nos tendrán que ofrecer», decía un espectador de la tribuna, «para que lo pasemos mejor que en una buena tarde de Julen Guerrero».
A partir de los primeros compases de Quanto é bella , de L"Elisir d"amore, de Donizetti, todo siguió como estaba anunciado: Pavarotti emprendió el recorrido por las arias y las canciones que mejor se adaptan a sus condiciones. Mientras entonaba Una furtiva lacrima, el viento arreció fuerte, pero el público estaba dispuesto a soportar todo para gozar de la noche.
Babelia
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