Entre los demás
Se cumple hoy un siglo del día en que nació Vicente Aleixandre, para quien "una amistad, una hermandad, es lo único que alivia la experiencia relampagueante de la vida". Así lo dejó escrito.CUMPLEAÑOS. Sonrió Cabrera Infante, a pesar de su fama de sonreír poco, cuando llegada la hora cero del día de su cumpleaños, apareció en la mesa en la que cenábamos una pequeña tarta con una sola vela. Él era el motivo de nuestra celebración, pero apagó la vela y se interesó enseguida por los otros, cálido. Cabrera y Miriam Gómez, amigos sin reservas cuando lo son, se interesan por los otros, preguntan por las cosas menudas, piropean. Nos anunció entonces que no iba a hacer un discurso, sino un diálogo con Cervantes, como un amigo. Cabrera, que ha sufrido la envidia literaria entre otras miserias, algunas peores, no olvidó hablar con Cervantes de un Lope de Vega mezquino. Pero como hace siempre, habló poco de él y mucho de su interlocutor. Y de unos amigos de ambos, esta vez llamados Don Quijote de las Indias y Sancho Pampa. Aunque también Cabrera se explica en sus silencios.
TORPE ENEMISTAD. Y, a propósito de la amistad, recordé a Octavio Paz, amigo ferviente y enemigo de cuidado, polemista donde los hubiera. Que se lo pregunten a Carlos Fuentes. Me vino a la memoria, no mi primer encuentro con él en México, aunque Juan Marichal y Solita Salinas contagian sus fervores intelectuales y la pasión de su amistad, sino la anécdota de una cena en Madrid, con Francisco Brines y Jaime Siles, igual que Paz buenos conversadores. Fue Paz el que esa noche suscitó el nombre de Pablo Neruda y, para mi sorpresa -el desencuentro entre ellos fue de sobra conocido-, defendió apasionadamente la obra del chileno. No le importaba ya el recuerdo de las desavenencias, los veinte años sin ni siquiera saludarse el uno al otro. Paz prefería las Odas elementales y Brines Residencia en la tierra. Pero vi clara la emoción en sus ojos al contamos cómo Matilde Urrutia, en Londres, los convocó un día a la reconciliación, y Neruda, acogiéndolo con un abrazo, llamándolo hijo, dio por concluida lo que llamó aquella noche una torpe enemistad.
A VELINTONIA. Entre quienes no hubo desavenencia nunca fue entre Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. No recuerdo cómo Juan Cruz fue capaz de convencer a Neruda -se lo contábamos a Cabrera Infante cuando en el puerto de Tenerife subimos al barco que lo llevaba a Chile para que bajara a tierra. Neruda no quería pisar España mientras viviera Franco, al que tan poéticamente envió a los infiernos, pero seguramente Cruz lo convenció de que, aunque española, nuestra tierra era demasiado lejana para serlo del todo. Aquella tarde repitió Neruda lo que ya le habíamos leído: que sus mayores deseos de venir a Madrid se concretaban en la gastronomía y en la amistad; quería volver a comer marisco en Cuatro Caminos y regresar a Velintonia y abrazar a Aleixandre.
EN EL OLVIDO. Velintonia se llamaba la calle donde se hallaba la casa de Vicente Aleixandre y al decir Velintonia sus amigos hablábamos de aquel hotelito. Fue siempre el espacio de la amistad, a la que el poeta era tan leal; ahora es la casa del olvido. Pero quien tuvo siempre una generosa y emocionada memoria para sus amigos -se llenaba de verdadero entusiasmo cuando hablaba de Lorca, de Hernández...- hubiera merecido un recuerdo más vivo ahora, el que también reclama su obra, tan coherente y singular.
NUNCA EN LA ORILLA. Al leer los Cuadernos de Velintonia, de José Luis Cano, Ricardo Gullón se enfurecía, me dijo un día, por ver en ellos a un Aleixandre cotilla. Tal vez lo fuera en alguna medida: la reclusión a la que le obligaba la enfermedad pudo haber estimulado su curiosidad al extremo y Aleixandre se interesaba por todos sus amigos con fruición. Pero fue lo que sus versos cuentan: "Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, / sentirse bajo el sol, entre los demás, impedido, / llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado". No quiso nunca, como sigue diciendo en este poema de Historia del corazón, quedarse en la orilla. Por eso fue profundamente cercano. UN HOMENAJE A LA AMISTAD. Eso es El sueño de Escipión, la obra nueva de Javier García Sánchez, narrador de extensión y hondura. Habla de guerra y amistad. Y de guerras y amistades nunca parece haber estado libre el ambiente literario. Oigo a un escritor joven decir que ya entre ellos no hay amigos sino competidores, y otro, más víbora, añade que hay escritores que no tienen lectores sino clientes. Venía el envidioso de contemplar cómo hacían cola -Sant Jordi, Barcelona, rosas y libros por doquier- los que pedían firmas a una escritora.
P. D. En el Círculo de Bellas Artes de Madrid leían los famosos el Quijote. Joaquín Almunia tomó la obra entre sus manos y escuchamos: "Yo ya le he dicho a mí amo que me contento con el gobierno de alguna ínsula". ¿Azar o necesidad?
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