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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Primavera de sangre

FRANCIA Se enfrenta a uno de los hechos más oscuros de la historia reciente, que es su participación en el genocidio ejecutado en Ruanda en la primavera de 1994. En aquella fecha, unos 800.000 tutsis y varios miles de hutus moderados resultaron asesinados en Ruanda, en uno de los episodios de barbarie más siniestros de la segunda mitad del siglo.Francia era un estrecho aliado de Juvenal Habyarimana, el presidente ruandés muerto en un atentado todavía no esclarecido, el 6 de abril de 1994, que desencadenó el genocidio. Una comisión del Parlamento francés está examinando la complicidad de varios ministros franceses en el genocidio ruandés y es probable que el Tribunal Penal Internacional para Ruanda llame a declarar a militares franceses presuntamente relacionados con aquella matanza.Existen indicios suficientes como para suponer que el Gobierno francés se implicó más de la cuenta en el genocidio ruandés. Francia prestaba ayuda militar y entrenamiento al Ejército ruandés cuando en 1990 se produjo la primera invasión desde territorio ugandés de las milicias del tutsi Frente Patriótico Ruandés. Tropas francesas no sólo instruyeron a los soldados del Gobierno hutu, sino que incluso tomaron parte en los combates. Además, Francia, como otras naciones, tenía conocimiento de primera mano de los preparativos de las milicias hutus que querían evitar el regreso de los tutsis al poder. Se supone que la Operación Turquesa, presentada como una misión humanitaria, sirvió para borrar las pruebas de la colaboración del Ejército francés y permitió la huida de los instigadores del genocidio.

La complicidad francesa se convirtió en un caso de miopía política que, como en el antiguo Zaire, hoy República Democrática de Congo, ha hecho que las nuevas autoridades buscaran el paraguas anglosajón, resentidas por la actitud de París, que a menudo ha buscado dictadores cómplices y ha hecho la vista gorda en la protección de los derechos humanos. Lo que está en cuestión en el Parlamento francés no es sólo la complicidad en este caso, sino toda una política inspirada por empresas como la Elf, que removían gobiernos no complacientes con París y privilegiaban la relación entre el presidente francés y los dictadores africanos.

A riesgo de destruir brutalmente la imagen que la opinión pública francesa tenga de la política africana de su Gobierno, la comisión investigadora debe llegar hasta el fondo de este tenebroso asunto para cerrar su responsabilidad histórica. Este autoexamen debe ser también el primer paso para determinar qué papel desempeñaron otros países en aquella primavera sangrienta de Ruanda y qué responsabilidades caben a Estados Unidos, a otros países con intereses en África y a la propia ONU. Ayer, los gobernantes franceses en aquella época aludieron a la implicación norteamericana. Harán falta más datos y más pruebas para saber si las acusaciones hechas por Balladur contra Washington son algo más que un intento de echar balones fuera. Si París demuestra la responsabilidad de Estados Unidos, podemos encontrarnos ante uno de los más siniestros espectáculos de la política internacional en las últimas décadas.

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