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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El deseo que no cesa

Cuando Max Aub escribió esta obra, los judíos estaban siendo asesinados en masa en Alemania y en los países ocupados o influidos por el nazismo. Sin embargo, la situó en unos años antes: cuando aún emigraban de Europa los que podían, cuando todavía la República Española se defendía. Me es difícil aceptar la idea, expuesta por el director de este gran monumento teatral, Pérez de la Fuente, y por las personalidades a las que cita, de que este barco sin puerto posible, condenado al naufragio, sea un microcosmos; la metáfora "de este nuestro mundo a la deriva, condenado sin apelación y abatido sin esperanza", según el eminente crítico Díaz Canedo: huido entonces él mismo de España y de Europa, como Max Aub. Ellos y los 600 judíos a bordo del San Juan representaban la parte condenada del mundo, pero al mismo tiempo había otro triunfador y otro indiferente, capaz de asentir o de mirar, hacia otro sitio. Lo de Max Aub, judío y rojo español, próximo a veces al comunismo, era concretamente una tragedia de 600 personas condenadas, y contaba también cómo un grupo de entre ellos, los jóvenes comunistas, escapaban del barco para ir a combatir donde se podía en el momento de la acción: a España. Lo que sucede en la obra es, como toda tragedia, patético; pero no pertenece a un mundo cerrado y acabado, aunque el texto fuera escrito en momentos terribles, sino a un mundo en lucha, y "siempre se puede hacer algo", dice el escritor y cita el director. Se refiere continuamente a una pasividad por la que los judíos se han culpabilizado después: se rebela contra ella, incluso algún personaje propone apoderarse del barco, entre otras soluciones.

San Juan De Max Aub (1943)

Intérpretes: Borja Elgea, Arsenio León, Juan Prado, José Montesinos, Esperanza Campuzano, Sonia Jávaga, Nuria Mencía, Lorenzo Area, Vicent Gavara, Daniel Albaladejo, Miguel Palenzuela, Antonio Canal, Julio Salvi, Juan José Otegui, Manuel Andrés, Fernando Ransa, Ricardo Moya, Mariano Venancio, Angel Terrón, Germán Montaner, Dionisio Salamanca, Alicia Agut, Carmen Belloch, Ana María Barbany, Carmen Burlado, Marcela Yurfa, Mari Carmen Duque, Héctor Colomé, José Luis Santos, Claudio Sierra, Albert Forner, Pedro Casado, Alfredo Mora, Sohrab Farzaneh, Gabriel Andújar, Aída Cortés, Daniel Maturana, Francisco Barrios, Jennifer Díaz, Rebeca Montero, Paco Vila. Escenografía: José Manuel Castanheira. lluminación: Josep Solbes. Vestuario: Eva Arrretze / Rafael Garrigós. Diseño de sonido: Eduardo Vasco. Dirección: Rafael Pérez de la Fuente. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero, 17 de abril de 1998.

Trascendencia

Es evidente que la pintura de una situación característica en unos personajes característicos -el realismo- tiene una trascendencia permanente. Pensaba yo, mientras escuchaba la obra, en los náufragos de nuestro tiempo y, concretamente, en los de nuestras costas: en los 1.000 ahogados en el estrecho de Gibraltar, en los devueltos a veces maniatados y ahogados a sus países de origen desde el nuestro, a los encerrados en Melilla o en Ceuta o a los perseguidos y apaleados que han conseguido llegar a España; imaginaba que quizá un Max Aub árabe, o africano, cuente quizá esa huida del horror y del hambre, y de qué manera nos responsabilizará a nosotros, como nosotros a veces responsabilizamos a los alemanes de volver la cabeza cuando se mataba a Ios judíos. Quizá ésta sea la lección magistral de la obra: no el microcosmos del mundo actual, sino la revelación de unas fugas sin esperanzas y de unos asesinos más numerosos de lo que se suele creer. La obra aparece representada de forma monumental. No soy partidario de ese tipo de teatro; menos cuando el valor esencial de esta obra es el texto. Menos aún cuando no es el dinero lo que debe relucir en un teatro nacional. Nunca he creído que el teatro vaya a ganar su batalla, tan difícil, entrando en el terreno del cine: para naufragio, el de Titanic. Creo que el patetismo, la desesperación, la angustia, el amor, los sentimientos que representan tantos personajes de tan variadas condiciones -son judíos, pero eso no es,más que una unidad creada por su enemigo: lo que son es individuos-, los dan los actores, y en eso no hay duda en el enorme reparto de esta obra y en cómo están dirigidos: cada uno, cada grupo, todos. Y la da el texto, naturalmente: como, este mismo texto. Que sólo es antiguo por su capacidad de compromiso: de la época en que los escritores tomaba partido -el que fuera-, y sobre todo tomaban partido por las circunstancias humanas de su tiempo.

Dinero

Nos hace pensar, una vez más, que la actual situación inferior en que se encuentra el teatro es, precisamente, porque se ha procurado limar su calidad de pensamiento, de enfrentamiento con las circunstancias del espectador. Digo que no me parece que hoy el teatro deba ser monumental y que en el María Guerrero se ha construido un monumento, y esta opinión no me impide reconocer que está hecho con calidad, con arte y con técnica, que son muy difíciles de igualar. Hace poco he visto en Broadway un musical sobre el Titanic con movimientos mecánicos considerables: no llegaban a esta calidad, ni de lejos. Este elogio a la realización del María Guerrero es también una crítica: no hay necesidad de superar a Nueva York en un montaje teatral. No hay dinero para eso. Y si lo hay, está mal empleado. Los teatros nacionales no deben hacer lo que los privados no pueden por su precio, sino lo que no se atreven por su calidad, por su valor cultural o político. Y creo haber percibido que el fundamento de los aplausos -ovaciones- del público iban, principalmente, a la obra y a su contenido, y los actores que la interpretaban; desde luego, a su director.

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