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Tribuna:
Tribuna
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Vencedores y convencidos

Fernando Savater

El otro día escuchaba el programa matutino de la SER como hago cada jornada mientras pedaleo con rabiosa ineficacia en la bicicleta estática, triste Induráin de secano. El tema debatido era la repulsa suscitada en Francia por las alianzas tácticas de la derecha con el Frente Nacional de Le Pen y la condena en el mismo país de Papon por su colaboracionismo con los nazis. Los contertulios se alegraban de esta sana intransigencia en la debilitada Europa posmodena, reafirmaban la importancia de los principios frente al mero pragmatismo y concluyeron que el fundamento de la tolerancia democrática es señalar lo democráticamente intolerable. El conductor del programa rememoró algunas de las críticas de leso realismo que había recibido por sostener a lo largo de los años tal postura y se congratuló de ellas frente a los adalides de la ciega eficacia. Y mientras yo, sudoroso por el ejercicio pero edificado por tanta elocuencia, pedaleaba y aplaudía al mismo tiempo, lo que estuvo a punto de agravarme la escoliosis.Sin embargo nadie mencionó que Le Pen tiene después de todo un abultado quince por ciento de los votos franceses. Que, aun portándose como un matón de la peor especie con las mujeres, acepta de momento el juego democrático y sus huestes no practican aún el asesinato político. Y Papon no fue más que el obediente funcionario de un Gobierno que claudicó ante la violencia injusta quizá para evitar males mayores, sin duda con el apoyo de una parte vergonzosamente alta de sus ciudadanos. Ninguno de los contertulios expresó el temor de que condenar a ambos provocase una fractura irreparable en la sociedad francesa, ni que tal condena proviniese de un fanatismo izquierdista simétrico al derechismo de los repudiados, ni que lo deseable en las contiendas políticas es evitar que haya vencedores y vencidos. Entonces estuve a punto de suspender mi gimnástica tortura, telefonear al programa y preguntar si gozamos de la misma dispensa quienes nos negamos a transigir con el terrorismo de ETA o a favorecer políticamente a sus valedores. Porque tampoco nosotros queremos una fractura lerrouxista del País Vasco ni mucho menos so mos partidarios de un nacionalismo español simétrico al extremismo que denunciamos. Incluso creemos atenernos a ciertos principios ni menos democráticos ni más ineficaces que los ensalzados frente a Le Pen y a Papon.

Los dos recientes contramanifiestos aparecidos a raíz del Foro Ermua (el primero con 145 firmas de ámbito estatal, el segundo con 500 de la CAV) nos re prochan implícitamente esta ex cesiva firmeza, repudian la idea de una solución policial al con flicto vasco (sea por indeseable o por imposible) y exigen una solución dialogada que, por lo visto, nunca ha querido intentarse. Ambos coinciden en atribuir culpas a todo el mundo salvo al os nacionalistas vascos que gobiernan Euskadi desde hace casi veinte años. Imaginan todo tipo de cambios, que ETA deje de matar, que Mayor Oreja acerque a los presos, que se refórma la Constitución, cualquier cosa menos que se modifique un ápice la ideología sabiniana: el devenir del universo por lo visto no alcanza a tanto. También lamentan la concepción reaccionaria del mundo y el ofuscamiento antinacionalista vasco -brotado de un inconfieso nacionalismo español- que aqueja a los otrora progresistas del Foro Ermua. Parece que no hay objeciones válidas desde el progresismo no nacionalista a la ideología dominante en Euskadi desde hace décadas. En declaraciones complementarias, algunos firmantes estatales han deplorado la presión sobre ellos de los medios centralistas, hostiles al diálogo. Pobrecillos, qué pena me dan: no hay nada más fastidioso que ser vituperados un día sí y otro también en periódicos, tertulias, tribunas políticas, etcétera, por decir lo que uno piensa. Algo sabemos también los demás de eso. Incluso son imaginables represalias: a Javier Sádaba, por ejemplo, podrían el año próximo no invitarle a la Pasarela Cibeles, medida cruel pero quizá menos que lo que tememos que nos ocurra cualquier día a algunos de los firmantes del manifiesto de Ermua.

Ahora se nos dice con reproche: por muchas diferencias que haya, Euskadi debe mirarse en el espejo del acuerdo irlandés. Puede que así sea, pero lo único indudable es que debemos congratulamos de que los negociadores de Stormont no hayan querido mirarse en el espejo vasco. Imaginemos, por ejemplo, que David Trimble hubiera dicho en una de las sesiones: "Gentlemen, nuestro esfuerzo es inútil. Recuerden el precedente del País Vasco. Allí, en 1978 (¡hace 20 años!) el PNV propuso un plan de 15 puntos para la pacificación, especificando demandas en el terreno del autogobierno, el bilingüismo en la enseñanza, la descentralización de la radio y la televisión, la creación de una policía autóctona, la transferencia de competencias, etcétera, que se vieron razonablemente satisfechas en breve plazo. Uno de los puntos pedía el acercamiento de los presos vascos a sus lugares de origen, pero no hizo falta cumplirlo porque una generosa amnistía los sacó a todos de la cárcel. En el año 1979 se acordó un Estatuto de Autonomía que dotó al País Vasco de Parlamento y fiscalidad propia, con competencias cuasi-federales. A partir de ese momento, todos los gobiernos vascos han estado presididos por el PNV, que estableció a su conveniencia la bandera, el himno y hasta el nombre mismo de la comunidad. Y sin embargo no sólo han continuado los crímenes de ETA, siniestramente complementados por un terrorismo parapolicial que afortunadamente acabó hace más de 10 años, sino también los desplantes del PNV a la Constitución estatal y las quejas permanentes por los derechos del pueblo vasco pisoteados. Hoy vuelve a condenarse la pretensión de resolver el terrorismo por vía policial (como si nunca se hubiesen tomado medidas políticas) y se dice otra vez que hay que sentarse a negociar sin límites pero con más muertos, pues hasta ahora por lo visto no se ha hecho más que perder el tiempo. Gentlemen, ya ven ustedes que es inútil tratar de satisfacer a quien de antemano ha decidido no darse nunca por satisfecho". Por suerte este discurso no tuvo lugar -o no fue escuchado- y parece haberse llegado a un acuerdo. Claro que allí el Sinn Fein y el IRA tenían como acicate no sólo el flexible liderazgo de Gerry Adams, sino la existencia de un terrorismo unionista tan mortífero como el suyo propio, de cuyo alto el fuego se han visto inmediatamente beneficiados. En cambio en Euskadi, como ya sólo matan los de un lado, hay que ofrecer a ETA mayores recompensas para que cese la carnicería...

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No, los firmantes del Foro Ermua no desconfiamos por principio de cualquier acuerdo negociado. Desconfiamos mucho en cambio de quienes no han sabido rentabilizar para la paz el Euskostormont de hace 20 años, de quienes en dos décadas no han sabido separar su legítimo proyecto político de los derechos ciudadanos de todos los vascos, de quienes rechazan la idea de un proyecto común para nacionalistas y no nacionalistas, de quienes aún ahora parecen más comprensivos con las reivindicaciones de fondo de los terroristas que con las aspiraciones de esa mitad de la población que considera compatible ser vasco y español. Y tampoco es cierto que deseemos una solución exclusivamente policial. Por supuesto creemos que los crímenes deben ser policialmente combatidos, pero también exigirnos medidas políticas. La primera de ellas, que todos los partidos democráticos se unan para rechazar la rentabilización política de la violencia. En segundo lugar, que los nacionalistas incluyan explícita y articuladamente los proyectos que tengan (si los tienen) de autodeterminación o independencia en sus programas electorales, desligándolos del aplacamiento de los asesinos, y que llegado el caso propongan un referéndum sobre ellos a la ciudadanía. Que si sacan adelante tal consulta y logran ganarla, pidan la reforma conveniente de la Constitución.

En caso contrario, que acepten la voluntad mayoritaria y dejen de dividir a la población vasca, proclamándose invadidos, esclavizados, pisoteados, satanizados, etcétera. Y que tanto si ocurre lo uno como lo otro sepan respetar el pluralismo político de una sociedad que ha de seguir siendo diversa sea cual fuere la ideología hegemónica que la lidere. Porque no pueden negociarse acuerdos "sin límites ni condiciones", dado que siempre estarán limitados por los derechos cívicos individuales y tendrán por condición el acatamiento de la democracia misma ya establecida, aunque sea para reformar alguna de sus cláusulas.

Refiriéndose a los políticos de izquierda que hoy condenan los pactos con, Le Pen tras practicar los ayer bajo cuerda, B. H. Lévy habla de la izquierda Tartufo" francesa. Buscando una adaptación literaria hispánica, creo que los 145 firmantes del manifiesto de ámbito estatal pertenecen a nuestra "izquierda de los Santos Inocentes". Lo cual no los hace inocentes del todo, sin embargo, y previene desmitificadoramente contra las soluciones que suelen volublemente proponer sobre otros conflictos en Chiapas, Argelia o el golfo Pérsico. Al final de su manifiesto concluyen que no quieren "más años de sufrimiento, ni más muertos, ni medios represivos", como si su engreído desagrado personal por lo que ocurre bastase como argumento para que dejara de ocurrir. Y añaden: "Ni vencedores ni vencidos". Puro voluntarismo. Los vencidos, ay, son ya inevitables: los muertos, los mutilados, los huérfanos, las viudas y viudos... de cualquier bando. En cambio sería bueno que el conflicto tuviese vencedores: quienes han sostenido contra viento y marea la legalidad del Estado de derecho, quienes no han dejado de creer en la posibilidad de una convivencia sin exclusiones ni revanchas. Y al resto bastaría con desearles convencidos: de que en democracia puede aspirarse a todo jugando dentro de las reglas y de que ningún objetivo político merece la pena ni respeto si se consigue fuera de ellas, contra ellas.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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