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Tribuna
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Lo que el pacto dice de Blair

Todo drama tiene su parte de comedia, incluso uno tan cargado de tensión como las negociaciones de Stormont de la semana pasada. Un anónimo funcionario británico presente en las conversaciones, tras oír que George Michael había sido detenido por cometer actos lascivos en unos lavabos públicos, supuso presa del pánico que la noticia se refería a George Mitchell.Los pequeños malentendidos siempre han tenido un potencial efecto letal en las conversaciones sobre el futuro del Ulster. Algo así pasó la semana pasada. Cada palabra fue examinada cien veces, cada matiz analizado y cada punto y coma purgado de malas intenciones. A veces, las maratonianas reuniones parecían más un agita" do coloquio teológico que una conferencia constitucional. Sin embargo no fue el consenso teológico lo que selló el acuerdo, sino el insistente insomnio del primer ministro. La mano de la historia puede mostrarse engañosa, pero Blair estaba dispuesto a estrecharla.

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Sí, va a funcionar

Es un acuerdo -si en realidad es un acuerdo- que dice mucho sobre el personal estilo político del primer ministro. No menos que cuando reformó el programa del Partido Laborista, concedió autonomía al Banco de Inglaterra o convocó de repente los referendos de Escocia y Gales, la instintiva impaciencia de Blair se ha volcado con gran efectividad en el Ulster. Fijar plazos forma parte de su naturaleza. La gran contribución del primer ministro a las conversaciones de las últimas semanas ha sido imponer un ultimátum tan efectivo como arbitrario.

Su segunda aportación es la profunda amistad que ha forjado con David Trimble, una relación que constituye la piedra angular del acuerdo. "Si la cosa va mal no será por culpa de David", confesó Blair a sus colaboradores, lo que muestra hasta qué punto comprende la motivación del líder unionista. Cuando Trimble relevó a James Molyneaux al frente del Partido Unionista del Ulster ya creía que un nuevo acuerdo constitucional era inevitable y que iba a incluir al Sinn Fein-IRA, de forma que la mayoría unionista debía estar fuertemente representada en la mesa de negociaciones. También creía que el Partido Conservador ya había dejado de ser pro unionista. Blair lo entendió y se aprovechó de ello. Como resultado de esta alianza entre oportunistas, los hechos ocurridos la pasada semana eran mucho más predecibles de lo que parecía. El acuerdo se hizo inevitable.

El tercer activo que Blair aportó a las conversaciones fue su capacidad, rayana con la genialidad, de convencer a diferentes personas que las mismas palabras significan cosas distintas. Al menos durante un día, los negociadores unionistas creyeron que habían salvado al Ulster para siempre, atándolo al Reino Unido mediante la nueva Asamblea. También por un día los nacionalistas creyeron que el nuevo Consejo interfronterizo Norte-Sur era el primer paso hacia la reunificación de la isla.

El pegamento con el que se ha unido el acuerdo no es constitucional, sino la inteligencia emocional de Blair, su capacidad para hallar soluciones instintivas más que racionales. Por todas esas razones, lo que se firmó es definitivamente cola-Blair. Es un pacto basado en la seducción de un líder inglés, sus alianzas personales y su deliberado uso opaco del lenguaje. Pero sus grietas son también cola-Blair.

Estas contradicciones no van en detrimento del dinamismo que Blair ha mostrado en esta última semana. Es, casi con toda certeza, el primer jefe de Gobierno británico -quizás el primer gobernante occidental- en haberse comprometido personalmente en la ronda final de un proceso negociador tan complejo. Pero el éxito o el fracaso del acuerdo puede aportar muchos datos sobre los límites reales de las técnicas políticas de Blair y su inquebrantable confianza en su habilidad para resolver problemas y reconciliar lo irreconciable.

@ Telegraph Group Limited Londres, 1998

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