Dos maneras de ponerse un sombrero
Varias de las elecciones que han tenido lugar en Europa en los últimos años -Francia, Reino Unido- y alguna de las que habrá en el futuro inmediato -Alemania- han hecho emerger la discusión ideológica que existe en el seno de la socialdemocracia, en proceso de renovarse en la era de la globalización; sorprendentemente, no sucede algo semejante entre los conservadores. Los binomios Jospin-Blair, o Schröder-Lafontaine son la representación pública de ese debate. Paralelamente, la Internacional Socialista ha encargado orgánicamente a Felipe González un texto para la puesta al día de sus fundamentos.La convocatoria de primarias para la elección de un candidato socialista a la Presidencia del Gobierno por parte de los militantes del PSOE puede servir para acercar ese mismo debate a nuestro país. Sería reduccionista hacer una analogía entre Joaquín Almunia y Blair o Schröder, o José Borrell con Jospin o Lafontaine como algunos - a veces, interesadamente, en el campo del antisocialismo- pretenden. Ambos han participado de los diferentes Gobiernos de González en puestos principales, durante casi tres lustros, y por ello su práctica política tiene escasos matices. Convendría, pues, que aprovechasen este tiempo de campaña para explicar las distintas sensibilidades que supone cada uno de los dos dentro del socialismo español. Por ejemplo, en materia económica y de bienestar social, en las que ambos son expertos. Para conocerlas, se puede rastrear en los textos y en las conferencias que los dos candidatos han escrito o dado sobre el asunto.
La más reciente intervención corresponde a Almunia, el pasado día 17, en el Círculo de Economía de Barcelona. El secretario general socialista fue muy explícito en cuanto a sus convicciones: el crecimiento económico no basta para "mantener, consolidar y, si es posible, mejorar las políticas de bienestar"; profundizar en la liberalización del mercado de bienes y servicios, pero liberalizar no es sinónimo de privatizar y desregular; el sector público no puede renunciar a invertir; colaboración entre el sector público y la iniciativa privada para encontrar nuevos sectores de empleo; políticas activas de empleo en actividades formativas; redistribución de la riqueza y del tiempo de trabajo (a través de negociaciones, no por ley); política de gasto público bien financiada (España tiene un porcentaje de cinco puntos de PIB inferior a la media comunitaria en gasto social: el objetivo es reducir las diferencias, manteniendo el objetivo de déficit); los impuestos se retocarán, siempre que los ingresos den para equiparar el gasto, redistribuir y que la economía esté en equilibrio; crear un contrapoder económico al Banco Central Europeo; etcétera.
Borrell ha hecho público un decálogo, que es un trasunto de lo que ha defendido con reiteración en sus artículos de prensa: no confiar todo al crecimiento económico (los problemas de medio ambiente muestran que no todo crecimiento es bueno); la sanidad, las pensiones, la educación y el trabajo son derechos, no mercancías; distribuir no sólo la renta, sino también el trabajo; la transformación del Estado de bienestar no hay que hacerla de modo que se desnaturalice; no hay que bajar el déficit público a cero; un sistema público de pensiones porque representa un contrato que vincula entre sí a las generaciones; a favor del principio de universalidad, no de las necesidades, para aplicar los sistemas de protección social; los incrementos de productividad deben orientarse a reducir el tiempo de trabajo y organizar a la sociedad con una mayor igualdad entre los sexos en la vida cotidiana; etcétera.
Si se combinan las propuestas compatibles de los dos candidatos surgirá el esquema de programa electoral socialista. También para esto habrán servido unas primarias que han revitalizado la vida política española.
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