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Anatomía de un manifiesto

Antonio Elorza

En los últimos días se ha difundido un manifiesto, suscrito inicialmente por 145 profesionales, intelectuales y artistas, y dirigido a promover una negociación como "salida al conflicto vasco". Entre los firmantes se encuentran personalidades, antiguos colaboradores del ministro Belloch en Interior, magistrados y buen número de intelectuales del círculo de IU. Es, pues, una toma de posición que merece ser analizada.Destaca, en primer término, la reiterada preocupación de los redactores del documento por afirmar una imagen positiva de sí mismos. Les anima "un sincero deseo de alcanzar la paz", intervienen "desde un compromiso activo con el Estado de derecho", la suya es "una honesta exposición", una "democrática defensa de alternativas dialogadas para lograr objetivos serenos y racionales". La caracterización del oponente, es decir, de quienes no aceptan tal solución, resulta menos favorable y, todo hay que decirlo, claramente reduccionista: por tres veces aludidos, son los defensores, asociados al Gobierno, de "soluciones estrictamente policiales". Es el polo negativo de una construcción dualista. De un lado, mediante la negociación incondicional buscan la paz; frente a ellos, los causantes de una situación descrita como un auténtico museo de horrores: "atentados contra vidas humanas, sufrimiento y dolor, vulneración a derechos humanos (?), recorte de libertades (?), espiral de odio, deterioro de la convivencia y una peligrosa división social".

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Lo curioso es que, a la hora de determinar semejante estado de cosas, sencillamente apocalíptico, ETA no existe. Por dos veces, la expresión "sufrimiento y dolor" evoca eufemísticamente el fruto de la acción terrorista, y cabe pensar que los atentados tendrán algo que ver con ello, pero el sujeto causante de los mismos es "la situación", cuyos responsables no son los etarras como sabemos. La palabra terrorismo ni, siquiera es mencionada, siendo sustituida en la única alusión por otro eufemismo, "actividad armada", simétrico de la negativa a emplear el término "España", reemplazado por el inevitable "Estado español". De modo consciente o inconsciente, tanto da, nos hemos deslizado hacia el interior del espacio simbólico y del vocabulario de la constelación ETA. Nada tiene de extraño que al proceder a la sustitución del incuestionable protagonista del problema, la estrategia terrorista de ETA, el Manifiesto desemboque en la explicación habitual de HB, con el solo retoque de "contencioso" por "conflicto". Éste preexiste en la democracia, que no ha sido capaz de resolverlo, tiene contenido "predominantemente político" y concierne a unos "derechos colectivos". No es fácil que el lector se entere de mucho, con semejante remedo de aclaración, pero lo que cuentan son las exclusiones: una explícita, la democracia que nada ha resuelto en veinte años, y otra larvada, el terrorismo que es rechazado como clave de esa fantasmagórica cuestión vasca, iniciada en un momento desconocido del pasado y consistente en la materialización de unos "derechos colectivos" por determinar, pero que sin duda se encuentran localizados más allá del actual marco democrático.

Y como ETA no es el actor que determina el "conflicto" y la democracia vigente no sirve para resolverlo, resulta lógico que sea el Gobierno el único destinatario de la propuesta, y con un camino no menos único que ha de seguir "con independencia de lo que hagan los demás". Deberá asumir "la negociación sin condiciones", como exigen una y otra vez ETA y HB (la cual, por algún resorte mágico, si nos atenemos a la argumentación propuesta de entrada, permitirá alcanzar "objetivos serenos y racionales", dejando de lado el pequeño inconveniente de que ETA sí tiene definidas sus condiciones, en la llamada Alternancia Democrática). El Manifiesto no ofrece, pues, una perspectiva equidistante, sino claramente asimétrica: sólo uno tiene la obligación de ceder.

Ventajas de definir un camino de paz sin preguntarse por lo que es, lo que hace y lo que se propone ETA. Ventaja asimismo de contemplar el contenido político de los movimientos ciudadanos tras el innominado crimen de Ermua, como pura y simple exigencia de paz, y no como una manifestación colectiva por la paz en democracia y contra el terrorismo de ETA. Al menos en este punto, por simple respeto a la naturaleza del hecho, los redactores del Manifiesto hubiera debido prescindir de la manipulación. Claro que entonces las piezas de su discurso dualista perdían toda posibilidad de encaje.

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