Dos visiones de la muerte
Recientes sus actuaciones con Boulez, volvió la Sinfónica de Londres, dirigida por Riccardo Chailly. Su primer programa en Madrid, el pasado lunes, tan atractivo como suelen ser los del maestro milanés, enfrentaba dos interpretaciones musicales de la muerte a través de Mahler y Wagner.Totenfeier (ritual de difuntos o funerales) data de 1888 pero se estrenó 95 años después por la Orquesta de la Radio de Berlín, dirigida por López Cobos, en el espacio El Mahler desconocido, que comentó el musicólogo Rudolf Stephan. Como es sabido, esta obra, tras una significativa revisión, pasó a ser el Allegro maestroso, primer movimiento de la sinfonía Resurrección. Sustancialmente ambas versiones no dífieren demasiado aunque quede claro el trabajo de refacción hecho por Mahler y, en el caso del original Totenfeier, una mayor deuda con Wagner.
Siempre recibió con entusiasmo nuestro público la música wagneriana, y así las versiones responsables y brillantes de la Marcha fúnebre y escena tercera del acto final de El crepúsculo de los dioses fueron acogidas el lunes con prolongadas ovaciones. Tuvimos una Bruhnilda de hermosa voz y gran carácter en Jane Eaglen, mientras Janice Watson (Gutrune), Philip Kang (Hagen) y Jonathan Summers (Gunther), de acusada profesionalidad, quedaron en segundo plano.
En Wagner importa sobre todo la categoría genial del compositor; más que una reforma, llevó a cabo una revolución musical tanto en la articulación de los pentagramas y el texto, cuanto en la implantación de nuevas formas e inéditos procedimientos dentro de la magistral coherencia entre pensamiento y lenguaje. El virtuosismo de los músicos londinenses y su gran flexibilidad nos brindaron un Wagner y un Mahler expansivos que Chailly, como otros maestros latinos, ilumina con luces mediterráneas. Gustó Mahler, importante autor de la prole wagneriana pero, al fin, el alemán se elevó, una vez más, como gran Saturno para devorar a uno de sus hijos más preclaros.
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