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La industria bélica de EE UU gasta más de 8.000 millones para promover la expansión de la OTAN

La industria armamentística norteamericana está poniendo toda la carne en el asador para que el debate en el Senado de Estados Unidos sobre la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) termine con una conclusión positiva. Los fabricantes de armas, según informó ayer The New York Times, ya se han gastado un mínimo de 56 millones de dólares (casi 8.500 milones de pesetas) en presionar al Congreso para que apruebe la incorporación de Polonia, Hungría y la República Checa y no cierre las puertas a posibles nuevas adhesiones.

El debate en el Senado sobre la OTAN comenzó hace dos semanas y se desarrolla en medio de la indiferencia popular. Pero no es cierto que sólo algunos analistas y políticos parezcan interesados. Hacía mucho tiempo que Washington no conocía un despliegue de actividad semejante de parte de un lobby o grupo de presión. Mientras que los senadores hablan en el Capitolio sobre libertad y seguridad en Europa, el peligro de reavivar el nacionalismo ruso y temas semejantes, los fabricantes de armas sueña con los miles de millones de dólares que puede reportarles la expansión de la OTAN.El cálculo de los fabricantes es simple: los nuevos países miembros necesitarán nuevas armas, equipos de comunicaciones y otros equipos militares, y ¿quién está en mejores condiciones que los norteamericanos para suministrárselos? Para ellos es una cuestión de supervivencia: el final de la Guerra Fría ha supuesto un importante descenso de los pedidos del Pentágono y los principales aliados occidentales, por lo que buscan desesperadamente nuevos mercados.

Los 56 millones de dólares de los que informa The New York Times se limitan tan sólo a los gastados en los dos últimos años por los seis principales fabricantes norteamericanos de armas: Lockheed Martin, Northrop, Grumman, Textron, Raytheon, Boeing y McDonell Douglas. Si a ellos se añaden los desembolsados por otras firmas del sector y por las empresas del mundo de la informática y las telecomunicaciones relacionadas con la industria militar, la cifra, señala ese diario, es muy superior.

¿Cómo se gasta ese dinero? El chocolate del loro es el destinado a pagar abogados, analistas y relaciones públicas que almuercen y cenen constantemente en Washington con los congresistas y les suministren todo tipo de argumentos sobre las bondades de la ampliación de la OTAN. El grueso es el que va directamente a las arcas de las campañas electorales de los legisladores, tanto demócratas como republicanos.

La pieza clave es un grupo llamado Comité para la Expansión de la OTAN, apoyado derectamente por la industria. Su presidente es Bruce Jackson, que es también director de planes estratégicos de Lockeed. Ese comité también da dinero a los grupos de inmigrantes de Europa oriental que hacen campaña para la incorporación a la OTAN de sus países de origen.

Todo ese gasto es poco si se compara con los precios de los productos que ofrece la industria de EE UU. Un avión F- 16 fabricado por Lockheed cuesta unos veinte millones de dólares; un F18 fabricado por Boeing está entre los 40 y 60 millones de dólares. Las reglas de la OTAN obligan a los nuevos miembros a actualizar sus Fuerzas Armadas y hacerlas compatibles con las de los miembros veteranos del club. Y tan sólo Polonia necesita adquirir entre 100 y 150 aviones de combate.

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