Asteroide
El asteroide Ícaro, de dos kilómetros de diámetro, que se acerca a la Tierra a una velocidad alucinante, hubiera sido en otro tiempo una fuente de inspiración para profetas y moralistas. No obstante, los científicos han dado constancia de esta, probable destrucción del planeta y la gente la ha asimilado con absoluta normalidad. En una cafetería de diseño aeroespacial, uno adolescentes se reían imaginando este fin del mundo mientras devoraban alones y cuellos de pollo hormonado sin saber que ese asteroide felizmente les hubiera liberado de tener que comer esa basura. Al parecer, nadie quiere perderse el espectáculo. Postrimería se deriva de postre. Ese pedrusco viene a coronar como una tarta la sobremesa de este segundo milenario, y aun que se está acercando a nosotros a 70 kilómetros por segundo, ya ha sido previamente excretada y convertida en estiércol de nuestra cultura. Vivimos un a nueva época de confianza en el progreso indefinido: todos esperamos que la ciencia nos deparará la posibilidad de morir rebosantes de salud. Avistado en el espacio el asteroide Ícaro, imagino el partido que le hubiera sacado a esa piedra asesina san Vicente Ferrer o el florentino Savonarola o el suizo Calvino o cualquier polvoriento vendedor de biblias del Medio Oeste. Por las calles habrían desfilado innumerables procesiones de flagelantes espoleadas por unos dominicos de fuego. Hoy el Séptimo Sello lo guardan los telepredicadores norteamericanos. Son los únicos que le están sacando cierta rentabilidad moral a ese asteroide, aunque menos que a cualquier cometa. No me explico por qué los cometas son más excitantes que esa piedra de varios millones de toneladas que puede caer sobre la humanidad dentro de unos años. Tal vez los cometas son más románticos porque se alejan. Aquellos adolescentes engullían cuellos de pollo y tocaban palmas de tango es perando este fin del mundo. Eran absolutamente modernos puesto que creían que del impacto con el asteroide iban a salir más vivos y todavía más guapos.
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