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La semana negra de la derecha francesa

Las alianzas y posteriores rupturas poselectorales con Le Pen aniquilan a los liberales y debilitan a los republicanos

La noche del pasado día 15, conocidos los resultados de las elecciones regionales y los correspondientes a la primera vuelta de las cantonales, el número dos del Frente Nacional (FN), Bruno Mégret, ve llegado el momento de lanzar la Operación Mano Tendida, que ha diseñado cuidadosamente en los últimos meses sin haber conseguido despertar el entusiasmo del jefe, Jean-Marie Le Pen. A esas horas, sólo Mégret y sus fieles del aparato contemplan el escenario hipotético de una derecha sumida en el caos a causa de los pactos regionales con el FN. Probablemente, ni siquiera Mégret llegó a soñar en esos momentos con el panorama, hecho realidad sólo una semana después, qué da cuenta de la voladura de la liberal Unión para la Democracia Francesa (UDF), la ruina del conjunto de la derecha y la crisis del sistema republicano.A la mañana siguiente, este hombre joven de 43 años, inteligenie y apariencia insignificante, se encierra con el líder en la sede del partido y le convence de que la ocasión es propicia para intentar romper el cerco en torno al FN. Esta vez, Le Pen le deja hacer y acepta incluso que, para facilitar los acuerdos con los barones regionales de la derecha, el FN pueda transigir en el punto del programa que establece "la preferencia nacional frente a los extranjeros. A primera hora de la tarde, el presidente del FN invita formalmente a los electos regionales a hacer frente a los "social-comunistas" con un "programa mínimo" conjunto. Por la mañana, la idea ha cuajado, como alternativa posible, en la casi totalidad de las regiones perdidas por la coalición entre los gaullistas de la Unión para la República y la UDF, preferentemente en aquellas situadas en torno a París y Marsella -Île de France, Provenza-Alpes y Costa Azul-, en las que el triunfo de la izquierda pone término a un dominio a lo largo de décadas.

Contra el vaticinio de los encuestadores, las elecciones regionales no habían sido finalmente tan desastrosas. La coalición RPR-UDF conservaba siete de las 20 presidencias regionales con que contaba sobre un total de 22, y estaba en condiciones de hacerse con otras cuatro más, siempre, claro está, que deshicieran a su favor el empate existente con la izquierda en otros tantos consejos regionales. Todo dependía de los electos surgidos de las listas de cazadores, generalmente conservadores, que, por todo programa, reclamaban mayor libertad para cazar las tórtolas y los pichones.

Philippe Séguin, presidente del RPR, ignora entonces que el FN ha desplegado una vasta operacion de caza mayor. El martes 17, a la vista de amplitud del movimiento que llega desde las regiones, Séguin y el resto de los dirigentes del RPR se aplican a la tarea de sofocar los brotes de rebeldía.Impotentes recuendan los medios comunicación para reiterar el rehazo a toda alianza con el FN. No somos tramposos", clama.La respuesta que les llega es concluyente: "Dejad de hacer el tonto en la tele, hay que pactar". La exasperación por la derrota, instalada en los barones locales, jefes de partido acostumbrados al ejercicio permanente del poder, encuentra en la venenosa invitación del FN la vía por la que trastocar el veredicto de las urnas. Preparados mentalmente desde tiempo atrás, a medida que el partido de Le Pen ha incrementado su presión, muchos electos regionales -al menos 180 han sostenido la alianza- dan rienda suelta a la tesis que plantea la "necesaria unidad de toda la derecha".

En la UDF, la trampa urdida por Mégret tiene efectos de cataclismo por mucho que su presidente, François Léotard, proclama que hacerse elegir con los votos de la extrema derecha es "convertirse en marionetas de Le Pen". La propia dirección de la UDF está dividida porque Alain Madelin, uno de sus líderes, sostiene públicamente que "la base impone el pacto" y dice que "no es posible permanecer ciegos y sordos ante quienes reclaman la alianza con el FN". Días después felicitará a los cinco presidentes de su partido reelegidos con los votos del FN el día 20, el viernes negro de la historia francesa.Los consejeros del FN tienen la agenda tan apretada que no pueden atender todas las citas, todas las llamadas. La deferencia y el servilismo con que se les trata les lleva a jactarse con comentarios del estilo de: "Han ido más lejos que nosotros, no les pedíamos tanto". Es el propio Le Pen quien fija las condiciones.

Como el presidente de la República, Jaeques Chirac, líder natural de la derecha, guarda silencio, el primer ministro, el socialista Lionel Jospin, emplaza formalmente a los consejeros de la derecha a desistir de cualquier intento de alianza con el FN. Sus palabras son rechazadas con cajas destempladas en el RPR y la UDF, y hasta el Elíseo hace llegar su malestar por esa intervención. Chirac, sin embargo, tiene que salir horas más tarde descalificando informalmente los pactos.

Vista la situación, Séguin destituye al antiguo secretario general de su partido Jean-François Mancel, quien proclama la necesidad de "incorporar al FN a la derecha de mañana", y ordena que se mantengan las candidaturas oficiales para evitar que los consejeros rebeldes pacten por su cuenta con Le Pen. Al frente de la UDF, Léotard hace lo propio, y él mismo mantiene su candidatura en la Provenza-Alpes -Costa Azul. Cuando el viernes recrimina a sus compañeros el juego de votaciones que se traen con Le Pen, recibe un sonoro "cerdo" como respuesta.

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Para escándalo de la opinión pública, el viernes negro se salda con cinco presidentes de región elegidos con el apoyo pactado del FN. Algunos, como Jacques Blanc, del Languedoc Rosellón, lloran de emoción al verse reelegidos. El ministro de Defensa, Charles Millon, que dice estar avalado por el ex presidente de la República, Valéry Giscard d'Estaing, lee íntegramente en su discurso el "programa mínimo" del FN. Todos son de la UDF, pero el RPR tiene grandes problemas para evitar el pacto en aquellas regiones, como Île de France, en las que las votaciones han quedado pospuestas hasta el lunes. Además, el papel del anterior primer ministro Alain Juppé apoyando la candidatura de Valade en Aquitania ha dejado la sombra de la sospecha.

Incomprensiblemente, Le Pen rompe el juego que amenazaba con deshacer a toda la derecha y situar al FN en el corazón del tablero político francés. Fuerza la situación exigiendo públicamente la presidencia de Provenza-Alpes-Costa Azul a cambio de la de Île de France. El chantaje es tan burdo que desactiva la trampa y el resto de las regiones en litigio caen en manos socialistas. La izquierda obtiene la presidencia de cinco regiones y la derecha 13. Cuatro más quedan todavía en el aire, pendientes de votación.

La reacción de la opinión pública es fortísima. Chirac define al FN como un partido "racista y xenófobo", y emprende la tarea de "modernizar" la vida política. Jospin le toma la palabra y anuncia un cambio en los modos de escrutinios de las elecciones regionales para evitar que el FN se erija en árbitro de la situación. Arrollada por el tornado desatado por el FN, la UDF estalla en varios proyectos contrapuestos. Pese a la aparente solidez de su dirección, el RPR es un campo minado por la tentación de la alianza con Le Pen.

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