Amanece, que es mucho
Si ahora mismo me obligaran a declarar, bajo juramento, que conozco cuanto está ocurriendo en España, durante los últimos días, sería inútil, aunque me amenazaran con obligarme a escuchar una versión de Corazón partío a cargo de las damas de honor de Terelu en el glorioso día de su boda. Porque ya les advertí: me encuentro en Hollywood y me deja indiferente el invento que se hayan sacado de la manga, para atormentarnos, los Visitantes que se quedaran 30 años. Una es así. Una es dada a la frivolidad y el ludibrio, por mal que pinten las cosas. Además, debido a la diferencia horaria, estoy escribiendo a las cuatro de la madrugada, tengo un pire importante y el sonajero no se presta a exigencías. Sólo pienso en Clinton. Fui anoche (quiero decir hace unas horas) a ver la recién estrenada película de Mike Nichols Colores primarios, y me encantó (salvo el final, que deviene en sentimentalismo new deal): es lo más similar a una proposición honesta de debate político que se ha planteado a los gringos desde que existe el cine bajo en calorías. Y es, más que un meneo a Clinton, un enfoque de cómo los idealistas del 68 fueron abandonándolo todo en la cuneta, a cuenta de su necesidad mesiánica de conservar el poder para que los peores no se hicieran con el mando. Es divertida y patética. En la sala se hizo un cuchillo que se podía cortar con el silencio cuando uno de los estrategas (de aquella primera campaña electoral del gobernador de Arkansas por la nominación demócrata para la presidencia) se baja la cremallera de la bragueta, en plena oficina, para mostrarle el tesoro (según ellos) a una empleada. Jesús, desde que abrieron el sobre que contenía el tercer secreto de Rusia sobre el vecino de Fátima no había presenciado tan acertada premonición. Si Clinton tiene la fantasía de que ser un salido sexual le pone a la altura de Kennedy, basta con la extraordinaria interpretación de John Travolta (patoso, elefantiásico e incluso hace ver que baila mal) para reducirle a un ser aquejado de carisma y lanzado a la caza de donuts y vaginas, no importa ni de dónde vengan ni de dónde soy o adónde voy. Pero vayan a verla cuando la estrenen, porque habla de nosotros y de nuestra infantil necesidad política de tener un líder al que amar: es la radiografía del populista de izquierdas, que es la peor plaga que han sufrido los progresistas desde que se inventó la democracia (de Alan García a Felipe González).No querría que sacaran la falsa impresión de que sólo vivo de política norteamericana. Dejen que les cuente que el otro día vi en televisión, en una entrevista, a Barbra Streisand con ese novio que tiene que trabajaba de actor en una serie en la que salía un hotel, James Brolin creo que se llama. Me quedé fascinada mirándola a los ojos, de cobra, esperando que dijera algo (ella) sobre su inconmensurable belleza (ha dirigido ya varios filmes acerca del tema) y, por fin, lo hizo: "Una vez, James permaneció toda la noche sin dormir, a mi lado. '¿Por qué no duermes?, le pregunté. 'Es que, si cierro los ojos, temo que desaparezcas', me dijo". ¿Lo ven? A mí nunca me ha pasado una cosa así. Es más, que yo recuerde, lo primero que hacían era dormirse.
Los desahogos sexuales del presidente de Estados Unidos no preocupan en Hollywood. El resto del país puede ser vaginal, pero ellos son clintonianos. Como mucho, se limitan a comentar con preocupación que a su ídolo de la Casa Blanca le perturban demasiado las mujeres que tienen la cabeza encuadernada en laca y la lengua tiesa por ídem. Lo que realmente pone a la colonia cinematográfica al borde del dolor, así como a muchos otros californianos, es que el clásico equipo de béisbol de los Dodgers de Los Ángeles haya pasado a las codiciosas manos del australiano magnate de la comunicación Rupert Murdoch. Los periódicos van llenos. La gente va por la calle con camiseta de duelo. Se parece a lo que algunos barcelonistas sentimos cuando, allá muy lejos en el tiempo, la primera mitad de los depredadores urbanistas Núñez y Navarro (que extendían le mani sulla citá, que diría Francesco Rosi) se hicieron con el Barça. Y ahí le tienen: para siempre, como casi todo., Como los barcelonistas, los angelinos acabarán creyendo en y queriendo a Murdoch, Está escrito que siempre ganan los peores y, que, a fuerza de carecer de competencia, acaban pareciendo los mejores. Como Clinton,
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