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En defensa de la propiedad (intelectual)

No dejará de sorprender a algunos bien pensantes que un socialista confeso escriba un artículo en defensa de la propiedad. Sin embargo, es oportuno suscitar el tema en el décimo aniversario de la Ley de Propiedad Intelectual, cuyo balance es el de una defensa eficaz y moderna de los derechos de autor, es decir, del capital cada vez más fundamental en la sociedad del conocimiento.Pero la hora no es sólo de celebraciones. El advenimiento de la "sociedad de la información" y la "revolución multimedia" están generando nuevas oportunidades, y a la vez, serias amenazas tanto para los derechos de los creadores como para el futuro de la industria cultural (prensa, libro, producción audiovisual).

Las batallas se plantean en dos frentes: el más inmediato es el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) en proceso de negociación en la OCDE, y el comienzo de las maniobras para las negociaciones sobre la excepción cultural en el Acuerdo Marco sobre el Comercio de Servicios (GATS).

El mercado audiovisual es uno de los bocados más apetitosos para el futuro. El desarrollo tecnológico convierte a las redes de telecomunicación en el soporte de la informática, la telefonía, la cultura y el entretenimiento.

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La consecuencia es la lucha despiadada por apoderarse de estos mercados emergentes, con ofertas de felicidad, placer o conocimientos inmediatos, a pesar de la existencia de limitaciones insuperables. La primera es que el ser humano dispone sólo de dos ojos y un cerebro, y además necesita poder distribuir su vida cotidiana en periodos de trabajo, descanso y reposo. Puede zapear, pero no asimilar toda la telebasura. A ello se añade que aunque haya aumentado mucho la capacidad de la vía de transporte (cable o satélite), los vehículos no han aumentado sustancialmente. No se puede decir que haya una plétora de creaciones que puedan rivalizar no sólo con Sófocles, Cervantes o Shakespeare, sino incluso con Charlot o Cantinflas. SÍ se añade la pasión de algunos políticos por controlar los medios e imponer pretendidas actividades de interés general, nos podemos encontrar con un panorama tan complejo y enrarecido como el actual, en el que el primer resultado de la desregulación creciente es la mayor penetración norteamericana. En cualquier caso, en esta avalancha hacia un nuevo Eldorado audiovisual hay venganzas tecnológicas como la creación de Internet, hijo díscolo del intento de controlar con fines estratégico-militares la información. Curiosamente, el hombre más rico del mundo es Bill Gates, que aprendió a manejar este mercado.

Lo que está en juego es la hegemonía económica en estos mercados y, más allá, la cultura a nivel mundial. En efecto, la Ronda Uruguay del GATT supuso un cambio fundamental en la calificación multilateral de los productos audiovisuales, rompiendo con el statu quo existente desde 1947, que reconocía la naturaleza "específica de" los productos culturales, no habiendo aceptado la Unión Europea compromiso alguno con respecto a la liberalización y manteniendo una serie de excepciones relativas a la aplicación de la cláusula de nación más favorecida.

Ahora bien, las espadas están en alto porque hay que reexaminar todas las excepciones antes del 1 de enero del año 2000, y preparar una posición negociadora sobre la "liberalización del mercado" (acceso y trato nacional). Pero la ofensiva más inmediata está ya planteada con el Acuerdo Multilateral de Inversiones, que se está negociando en el seno de la OCDE y que debería cerrarse el próximo mes de mayo. En el borrador del mismo se da una definición muy amplia del concepto de inversión en el que se incluyen los derechos de propiedad intelectual y los servicios audiovisuales.

Incluir los temas culturales en este acuerdo tendría consecuencias graves para la contribución de la comunidad al florecimiento de las culturas de los Estados miembros, en su diversidad nacional y cultural, así como el "patrimonio cultural común europeo", y cito los tratados, al hacer imposibles políticas de apoyo. También afectaría a la propia política española, acabando con políticas como la iniciada por la añorada Pilar Miró en el Ministerio de Cultura y en Televisión Española, que han ayudado decisivamente a los más de 13 años de crecimiento de un buen cine español.

En lo que respecta a la propiedad intelectual, además de suscitarse su compatibilidad con acuerdos ya existentes como los convenios de Berna y Roma o el Acuerdo sobre Propiedad Intelectual (TRIPS) elaborado en el seno de la Ronda Uruguay, supondría el triunfo del copyright, la concepción dominante en Estados Unidos.

Lo que está en juego es, pues, no sólo un tema de excepción cultural. El valor económico de estos derechos representa ya en muchos países desarrollados entre el 6% y el 7% del PNB. El mercado de la Unión Europea está muy, desequilibrado a favor de la penetración americana, cuya cuota se acerca al 80% en el sector cinematográfico y la videodistribución. Las empresas americanas son muy competitivas, porque han amortizado ya sus costes de producción gracias a su gran mercado interior, y tienen en este sector la segunda rúbrica de ingresos por exportaciones. Además, dominan las redes de distribución, lo que les permite primar sistemáticamente su producción no sólo en el mercado americano, sino también en los europeos, frente al que, por fin, parte de la Comisión Europea está reaccionando en defensa de la competencia. Si en Europa se hubiese seguido una filosofía abandonista generalizada, no tendríamos ni el Airbus, ni una producción agrícola autosuficiente ni posibilidades en sectores como la electrónica o la biotecnología.

El problema no es, en esencia, de enfrentamiento de culturas. Entre Europa y América hay un fondo cultural y de valores compartidos, aunque las culturas europeas hayan tenido en América nuevos y diferentes brotes, en un proceso de mestizaje cultural original. Para los españoles, la relación con América Latina tiene una dimensión añadida: América no son sólo Estados Unidos. Hemos de saber aprovechar esta realidad emergente (Mitterrand, en su discurso de despedida en el Parlamento Europeo en enero de 1995, citó a las culturas angloamericana y la española como las únicas que tenían presencia suficiente para sobrevivir por sí solas), conscientes de que no somos ya el primer país de habla hispana ni poseemos en exclusiva sus derechos y su herencia. En esta encrucijada necesitamos una activa política en España y en Europa para defender nuestro patrimonio y nuestro futuro. Dejar todo en manos del actual papanatismo liberal en teoría y mangoneador en la práctica nos expone al serio riesgo de tener que pagar copyright a Microsoft para leer al Arcipreste de Hita.

Enrique Barón es eurodiputado.

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