Un 'guardiola' de bandera
El cuarto toro de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas fue bravísimo. El cuarto toro de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas -la llaman Guardiola; los iniciados, Pedrajas- fue un toro de bandera.
El cuarto toro exhibió su bravura desde el momento mismo en que plantó la pezuña en la arena hasta que rindió la vida, y la verdad es que apenas nadie le hizo caso. Como si el cuarto Guardiola hubiera sido uno más. Y no era uno más.
Menuda diferencia con sus hermanos de camada. Los hermanos de camada del Guardiola bravo estaban podridos. Los restantes Guardiola, con alguna excepción -y, aún a ratos- resultaron la vergüenza nacional.
Los Guardiola se pegaban unas costaladas tremendas. El primero se tapó algo con su casta brava pero los restantes no podían disimular su invalidez. Hasta llegaron a enfadar al público valenciano, que es uno de los más desapercibidos para estas cuestiones del toro, y al tercero, cuyas continuas caídas provocaron airadas protestas, el presidente hubo de devolverlo al corral.
Domínguez / Esplá, Tato, Rosa
Toros de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas, terciados, la mayoría inválidos (3º, devuelto por éste motivo), en general encastados , 4º, bravísimo. 6º sobrero de Los Guateles, discreto de presencia, flojo, encastado.Luis Francisco Esplá: pinchazo, media atravesada y descabello (palmas); pinchazo y estocada corta (oreja). El Tato: estocada (silencio); pinchazo, estocada perpendicular atravesada caída y rueda de peones (aplausos y saluda). Ángel de la Rosa: estocada perdiendo la muleta y descabello; se le perdonó un aviso (palmas); estocada corta baja (palmas). Plaza de Valencia, 14 de marzo. 4ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Se corrió turno, salió el que había de ser sexto, y aún estaba más inválido que el sustituido. Las escenas que siguieron fueron verdaderamente lamentables: un torero -se llama Ángel de la Rosa- empeñado a toda costa en pegar derechazos; un toro que de un momento a otro se iba a morir. Y de repente se murió. No del todo: sólo clínicamente. Iba de naturales el pasaje cuando el animal se desplomó. Ni tirándole del rabo y de los cuernos lograban levantarlo. De súbito lo hizo el toro clínicamente muerto por natural instinto. Debió ser el canto del cisne, la mejoría súbita que suele preceder al rigor mortis. Y Ángel de la Rosa aprovechó la ocasión para despenarlo. Quiere decirse: darle el pasaporte. Matarile, según expresan manitos mexicanos; entonar el gori-gori, en el habla castiza de los Madriles.
Luis Francisco Esplá le había hecho al primer inválido una faena larga, fácil y superficial, sin ligar nada. El Tato estuvo torpón y precavido con el segundo, que se mostraba incierto. Arreglaría de alguna manera su desastrada actuación en el quinto, un Guardiola encastado, al que molió a derechazos. Ángel de la Rosa no consiguió acoplarse con el sexto, que tuvo buenas embestidas hasta que se cansó de tomar muletazos y devino reservón.
El triunfador del la tarde había sido Luis Francisco Esplá, sin necesidad de sudar la camiseta. En realidad no había conseguido nada de especial relevancia. En los tercios de banderillas se alivió bastante. Con la muleta desplegó torería pero no hondura, a pesar de lo cual el público valenciano le aclamó la faena entera. El público valenciano estaba con el torero y de ninguna manera con el toro, al que ni siquiera prestó atención.
Cosa rara. Cuando un toro manifiesta su bravura, lo notan incluso los turistas. Mucho ha cambiado la afición valenciana. Durante toda la vida de Dios, salía en Valencia un toro bravo y en los tendidos se producía una explosión de entusiasmo. El Guardiola, que se llamaba Caraluna, terciado y armonioso, irrumpió en el redondel con pies y codicia, y Esplá lo capoteó apuradamente a la defensiva.
Tomó el bravo Guardiola un puyazo tremendo. Romaneó primero, levantó al caballo sobre las astas, y recargó luego con empuje aguantando el fortísimo castigo, que duró varios minutos. Fijo en el peto, metiendo los riñones, para que saliera de allí tuvieron que colearlo. Al siguiente encuentro acudió pronto y volvió a embestir encelado. Se arrancó Caraluna en banderillas alegre, templado y noble, y tomó después la muleta al primer cite, con una boyantía sostenida, que le duró cuanto le quedaba de vida.
Herido por la estocada, murió en los medios, peleando aún, apoyado en los cuartos traseros hasta el último estertor. Así se comportó aquella maravilla de toro. Y, sin embargo, durante toda su lidia no se oyó ni un aplauso, ni una voz, ni una palabra que celebraran su excepcional bravura. A Esplá le dieron una oreja. Y, en cambio, al toro de bandera lo despidieron con cuatro palmas mal contadas. Menuda afición.
Babelia
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