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LAS VENTAS

Mansitos

Los novillos resultaron mansos. Más bien cabría decir mansitos porque de trapío no andaban muy allá y algunos tenían carita de eral.

La carita y el cuerpecín, se debe precisar. Resultaron mansos en el estilo de mansedumbre que ahora se lleva: una mansedumbre mortecina y bucólica. La cantaban en la prueba de varas, donde se mostraban espantadizos, escapaban rebrincados cuando no era tirando tres coces —o a lo mejor serían cuatro— amagando la integridad física del amorfo percherón. Y la ratificaban en el episodio muleteril mostrando una penosa debilidad locomotriz, un humillante conformismo.

Hubo un novillo diferente, quizá tan cobardón como los anteriores ante la descomunal caballería que cabalga siniestro individuo tocado de castoreño (quién no lo sería en parecidas circunstancias, ¿verdad?), pero nada débil ni conformista. Antes al contrario, ese novillo, en cuanto se sintió liberado de la destructiva acorazada de picar, se puso a embestir con recrecida codicia y, según suele suceder en estos casos, la fiesta se reveló argumentada y emocionante, tal cual la concibieron Pedro Romero, el Cúchares de inevitable evocación y los restantes padres de la tauromaquia verdadera.

Vázquez / Cid, Patrocinio, Montes

Michel Bordeleau (zapateado, violín, guitarra y voz), Yves Lambert (voz y acordeón), André Brunet (violín),Régent Archambault (contrabajo), Denis Fréchette (piano), Robert Ellis y André Verreault (trombones), Jocelyn Lapointe (trompeta) y Jean Fréchette (saxo y clarinete). San Juan Evangelista. Madrid, 7 de marzo.

Novillos de Alejandro Vázquez, discretos de presencia, varios tipo eral, mansos, manejables

Hugo de Patrocinio: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada y descabello (algunas palmas).

El Cid: estocada caída (aplausos y salida al tercio); pinchazo, estocada corta perpendicular ladeada —aviso—— y descabello (silencio)

Inauguración de la temporada. Media entrada.

Y hubo un torero con agallas que dio la medida de su valor —se llama El Cid, nada menos—, al aguantar con firmeza las acometidas, no dejándose desbordar por ellas, y si bien al principio no cogía el ritmo de aquel tren en marcha, fue capaz luego de instrumentar tandas de redondos con templado recorrido e irreprochable reunión. O sea, que muy bien.

La afición se las prometía muy felices: acababa de empezar el festejo, a su vez la tempo rada, y ya estaba en la arena ese toro de casta que demanda el orden y el concierto de los tercios de la lidia, que requiere lidiadores dotados de valor y técnica. Sin embargo la felicidad duró poco: el segundo novillo que saltó a la arena ya no era igual; tampoco los cuatro restantes. Y la llamada fiesta volvía a ser ese espectáculo tosco, tristón, desproporcionado y aburrido que trajeron los in ventores de la neotauromaquia pobretona y falsa.

Aquel torero con agallas que se llama El Cid (nada menos) no parecía el mismo cuando se puso a pegarle pases al borrego que hacía cuarto. Es verdad que muchos toreros apenas destacan ni alcanzan cartel a causa de sus propias limitaciones; mas tampoco son escasos los que se malogran por las discutibles facilidades, los extemporáneos mimos y los in debidos enjuagues de apodera dos, empresarios y esa jarca de taurinos impresentables que tiene secuestrada la fiesta.

En las dudas de qué habrían hecho con ganado de mayor fuste y viveza se movieron los compañeros de El Cid. Hugo de Patrocinio, que se enfrascó en la vulgaridad pegapasista, de repente al quinto novillo le cuajó dos tandas de naturales de impecable factura, aunando gusto y cadencia a la técnica de parar, templar y mandar. José Montes, nuevo en esta plaza en su calidad de novillero con caballos —aunque no debutante en sentido estricto pues ya había pisado Las Ventas de becerrista—, estuvo deseoso y valentón con el lote peor; el más probón, reservón y mansito de la novillada.

Una cierta destemplanza en el manejo de los engaños por parte del neófito provocó numerosos enganchones. Mas no siempre, y en momentos de gracia llegó a instrumentar suertes estimables; entre otras, los ayudados hondos echando la muleta abajo en su primer novillo, los naturales de la misma faena corriendo bien la mano, una larga cambiada de rodillas, varias verónicas corajudas y el remate de la media verónica ceñida al sexto de la tarde.

Es cierto que con novillos enteros y verdaderos esos lances relevantes de El Cid, Patrocinio y Montes habrían tenido mayor mérito y emoción. Que es precisamente lo que faltó en la mansa, debilucha, aborrega da y plúmbea novillada que soltaron al redondel para inaugurar la temporada en la primera plaza del mundo.

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