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A falta de gallinas, cabinas

Los quintos de Villarejo cambian la 'tradición" de colgar aves vivas por la de romper mobiliario

Los quintos de Villarejo de Salvanés (5.400 habitantes) no escatiman recursos salvajes. El año pasado por estas fechas molieron a patadas a una gallina viva y luego la colgaron de un árbol donde falleció en una lenta agonía cabeza abajo. Ese comportamiento les costó una multa de 5,4 millones, lo que, dividido entre los 45 que eran, tocaba a una sanción de 120.000 pesetas por cabeza. Los 42 quintos de este año han sido más comedidos con las gallinas (colgaron una que previamente habían comprado ya sacrificada), pero fijaron su punto de mira en otro objetivo: el mobiliario urbano. Destrozaron de todo: cabinas de teléfono, los maceteros de la casa de la cultura, contenedores de basura y varias farolas. El alcalde José Mayor, de IU, les definió así: "Son unos animales".

Los quintos (los mozos que están a las puertas del cuartel) celebraron su llamada a filas con una semana loca. Se pasaron siete días de juerga. Cuando dormían lo hacían en sacos dentro de una gran tienda de campaña que instalaron junto a la plaza de toros, en las afueras del pueblo. Vivían de los donativos, tanto materiales como monetarios. Comieron gallinas que les regaló un carnicero o raciones diversas a las que les invitó algún camarero generoso. Algunos de sus padres les suministraban termos de café para luchar contra el frío y las borracheras. Su actividad fue frenética durante la semana. "Apenas han dormido en todo ese tiempo", señalaba otro joven.

En la noche del sábado se celebró la tradicional guerra de la bandera, por la que los quintos del 97 ceden su puesto a los del 98. Los quintos entrantes deben conquistar la bandera de los salientes. La enseña estaba colgada a cinco metros de altura en un árbol. Los nuevos quintos deben trepar hasta ella y descolgarla. Pero el enemigo no se lo pone fácil: se defendieron disparando huevos a discreción. "Han comprado unos 4.000, y mire cómo han dejado las fachadas de las casas donde han librado la batalla", lamentó el alcalde.

El quinto de este año que se encargó de trepar al árbol fue Javier Hermida, actor de 16 años. "No sé cuántos impactos he recibido, pero, desde luego, muchos", señaló. Los proyectiles aovados dejaron un pegajoso rastro en su ropa.

Los quintos ejecutaron otras valerosas hazañas: se ensañaron con los cristales de varias cabinas de teléfono de la localidad. Una de ellas fue destrozada con una gran barra metálica que quedó atravesada en el locutorio.

Luego quemaron un par de contenedores de basura en un descampado. Miguel, un joven de 20 años que también fue mozo, explicó en la madrugada de ayer: "Ser quinto es como tener licencia para hacer lo que te dé, la gana en la localidad. Nadie te tose. Además, más les vale, porque si no te destrozan el coche". Los quintos de 1998 cortaron el tráfico en el casco urbano durante toda la madrugada de ayer. Pedían dinero a los ocupantes de los vehículos. Eso les valió más de un enfrentamiento con "los verdes [guardias civiles]". "Los quintos del año pasado sacaron unas 250.000 pesetas confesó uno. Para el alcalde, la culpa de todas las gamberradas que protagonizan los quintos en el pueblo "la tienen los padres".

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