La ambulancia de la luna llena
La Unidad de Transporte Psiquiátrico del Samur trasladó el año pasado a 2.551 enfermos mentales
Hay trabajos particulares: los hombres que aparecen en la foto se encargan de transportar a los enfermos mentales desde su casa al centro psiquiátrico. A veces, la casa es el palacio de una condesa y a veces una chabola. Aunque por la pinta corpulenta que gastan pueda parecer lo contrario, emplean más el sentido común que la fuerza. La experiencia les ha dotado de una útil psicología de andar por casa. Con ella son capaces de convencer a un esquizofrénico que adorna la casa con pastillas de jabón Lagarto colgadas con cuerdas del techo de que lo mejor que le puede pasar es montarse con ellos en la ambulancia. Aseguran que las noches de luna llena o los días de tormenta siempre tienen más trabajo. A lo largo de 1997, la Unidad de Transporte Psiquiátrico (que agrupa a 18 miembros y tres ambulancias), dependiente del Samur, transportó 2.551 enfermos. "Se habla poco de ellos, pero son muy importantes", afirma el concejal de Salud, Simón Viñals.Un total de 2.551 enajenados en un año constituyen 2.551 casos particulares. La mayoría para echarse a llorar, unos cuantos trágicos y otros que parecen sacados de un guión aún no filmado de Berlanga.
Como el día de la hija de la condesa. "Había que recoger a la hija, pero ésta se encerró en una habitación del palacio y dijo que de ahí no salía", cuenta Esteban Domínguez, un hombretón afable de 41 años con aspecto de forzudo de circo antiguo que lleva la mitad de su vida transportando enfermos mentales.
"Hablamos con el conde, con la condesa, con el cocinero y el mayordomo, y caímos en la cuenta de que quien mandaba en esa casa en la que todo era un desbarajuste era la doncella; así que le dijimos que convenciera a la hija. Lo hizo. Y nos fuimos todos para el hospital. Nosotros, la hija y la doncella en la ambulancia; el resto de la familia, incluido el cocinero, en un Mercedes conducido por un chófer", relata Domínguez.
Actúan bajo prescripción médica o jurídica (los jueces también pueden dictaminar que uno está loco y que es conveniente trasladarlo). Precisamente fue el juez el que les mandó hace dos semanas ir a por un filipino experto en fugarse de centros psiquiátricos). "No lo encontramos", dice Vicente Bravo, de 40 años. Suponen que escapó por el tejado al verlos aparecer por la ventana. "Aunque están enfermos, son inteligentes", indican estos miembros del Samur.
Y peligrosos. "Una vez fuimos a por un hombre joven que no puso resistencia, pero que, en el ascensor, al ver que el perrito que vivía con él se quedaba porque no lo podíamos transportar, se tiró al suelo y empezó a dar gritos y a pegar patadas", recuerda Vicente Bravo.
La Unidad de Transporte Psiquiátrico va preparada para estos incidentes: tienen chalecos antinavajas y guantes de un tejido adherente que impiden que una persona logre desasirse. En el interior de la ambulancia, completamente acolchada, resalta, en el centro justo, la silla en la que atan a los enfermos peligrosos. Recuerda a la de El silencio de los corderos. Y como en la película, se han dado casos de enfermos que consiguen escapar a pesar de tener brazos y piernas sujetos a la silla. "Es algo que no nos acabamos de explicar", reconoce Dominguez.
Mariano Moreno, de 40 años, recuerda, sobre todo, el caso de una señora de Cuatro Vientos: "Era hija de militares, y por las fotos de la casa, la familia había tenido dinero. Fueron los vecinos los que avisaron. Vivía en una habitación. El resto de la casa había estado sin tocar durante 10 años, lleno de telarañas. La casa estaba como dormida. Ella nos pidió tiempo para arreglarse. Tardó una hora. Se peinó, se pintó, y se subió a la ambulancia".
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