Tribu de joven teatro

A Lorca le gustaría este espectáculo. Tendría ahora cien años, y le mataron cuando no tenía cuarenta: quién sabe cómo sería ahora. Pero al Lorca que yo tengo dentro, y habrá tantos como personas que le amen, le habría gustado ver este revoltijo escolar de sus obras: hasta con sus imperfecciones. Por lo que él decía del teatro, de su naturaleza popular, de su manera de hacerse y de verse. Los chicos y chicas de Cristina Rota no son todavía actores -alguno, alguna hay-; no son todavía ni personas, entendiendo por personas estos cuerpos de grandes adultos, ya hechos. Apuntan a serlo, reclaman su derecho; y forman una especie de horda brillante que canta, baila, recita; hace su número en el patio de la sala Mirador -uno de esos rincones madrileños de Lavapiés- y arrastra a su público hacia el interior. He tratado de poner todos sus nombres: conviene levantar acta.Todo lo hacen entre risas y emociones. Quizá Cristina Rota vista demasiado su espectáculo, tal vez sea demasiado barroca, y su dirección demasiado veloz: pero no sé si la palabra demasiado corresponde a las sensaciones del público, también de distintas edades y situaciones. Aplaudió mucho el sábado por la tarde. Y a los artistas invitados de ese día. Buenos actores: Imanol Arias, Juan Diego Botto. Ya no los verá quien vaya ahora: se va sustituyendo a los invitados. Sean quienes sean, y estos dos son buenos y entienden al Lorca más difícil, lo que hay que ver es a la tribu de Cristina Rota y de sus estudiantes de teatro. Y a escuchar las palabras de Lorca: siempre valen.