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Tribuna
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'Delenda est' Bagdad

Emilio Menéndez del Valle

Los romanos se la tenían jurada a los cartagineses, quienes, a decir verdad, eran -como dicen en Washington- genuinos trouble makers, conflictivos. Al grito de Delenda est Cartago (¡Hay que destruir Cartago!) no pararon hasta conseguirlo. Los romanos también tenían problemas en Palestina, pero les daban menos importancia. Hoy los estadounidenses están empeñados en acabar con Bagdad. Dicen que sólo quieren eliminar sus armas de destrucción masiva. Pero esos artefactos están tan bien escondidos que para acabar con ellos hay que utilizar, precisamente, armas de destrucción masiva. De modo que piensen en lo que puede quedar de Bagdad tras la explosión combinada de unas y de otras.Al parecer, en 1995, el Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA llevaron a cabo una simulación de guerra. Llegaron a la conclusión de que el escenario final se les escaparía de las manos. Sadam Husein usaría armas químicas en el Golfo y en ataques terroristas en ciudades de Estados Unidos, que habría de recurrir a lo nuclear en Irak.

Ante la posibilidad de un panorama tan dantesco ¿por qué hacer la guerra? Si el único propósito norteamericano es evitar que Sadam use la parafernalia químico-bacteriológica de que supuestamente dispone, la estrategia lógica no es la guerra. Si uno no sabe cómo va a terminar -o sabe que va a terminar nuclearmente, esto es matando a numerosos civiles y probablemente no sólo en Irak-, lo mejor es no iniciar la guerra, so pena de pasar a la historia como belicista y, además, superfluo. No empezar la guerra -o al menos no hacerlo todavía- es lo lógico. Sadam lleva siete años sin usar las armas y mucho tiempo sin ni siquiera amenazar con ellas. El concepto disuasión es clave en esta historia. Durante casi medio siglo de guerra fría Washington tuvo en jaque a Moscú (que disponía de muchísimos más cohetes que Bagdad) sin que utilizara ni uno solo de ellos. Esto es, lo disuadió. Las posibles represalias echaban para atrás. Lo mismo puede hacerse con Bagdad. La convicción de que uno puede ser borrado del mapa es más que suficiente.

¿O acaso tiene Washington otros propósitos no declarados? Dado que escribo desde Jordania, país limítrofe con Irak, les contaré lo que se piensa aquí y, por extensión, en la mayoría de los países árabes. De entrada, prácticamente todo el mundo piensa que a Washington le trae sin cuidado el cumplimiento de la legalidad internacional. O cuando menos denuncian el doble rasero que aplica: ¿por qué hay que forzar a Irak a cumplir a toda costa y no a Israel? ¿Por qué acordarse de Irak y no de Palestina? Muchos piensan que Estados Unidos desea controlar el petróleo de Irak, que alberga las mayores reservas después de Arabia Saudí. Una gran parte estima que el objetivo principal es consolidar la ya iniciada partición del país del Trigris y del Éufrates, primero, y el debilitamiento definitivo del mundo árabe después. Machacar a Irak de tal manera que en el futuro ningún otro Estado del área se atreva a insubordinarse contra el orden norteamericano. Todos, en fin, están hartos de la permanente, marcada, tendencia de Washington de ser el policía del mundo.

A pocos en esta parte del mundo (tampoco a muchos israelíes) les resulta reconfortante el tono apocalíptico de algunos dirigentes norteamericanos a la hora de encarar el problema iraquí. Jordanos e israelíes -que viven a escasos kilómetros los unos de los otros- saben que existe la posibilidad de que el apocalipsis encuentre durante unas horas, o minutos, respuesta químico-bacteriológica por parte de Sadam. Algún político español ha declarado que hay que velar por la seguridad internacional, pero ésta no es un ente abstracto sino la de las personas concretas que viven en la zona. En fin, como sostiene Rami Khoury, un intelectual palestino-norteamericano de prestigio, la profunda divergencia de las concepciones occidental, árabe e israelí sobre Irak es una tragedia colectiva para todos. La política exterior norteamericana incita a Israel a ignorar la voluntad de la comunidad internacional y anima a los árabes a expresar simpatía e incluso apoyo activo al autoritarismo iraquí, modelo zafio y violento del moderno Estado policía.

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