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El dolor de la secretaria

Betty Currie ha sido la gran novedad de esta semana en un reparto que ya cuenta con muchas estrellas: los incombustibles Clinton y Hillary, el oscuro inquisidor Starr, la explosiva Lewinsky, la chivata Linda Tripp, el sereno Mike McCurry, el hábil abogado William Ginsburg. Ahora Currie, una demócrata afroamericana de 58 años, está en el campo de las víctimas. La secretaria personal de Clinton está escindida entre la fidelidad a su jefe y amigo y su obligación de contarle todo al fiscal Starr. Estos días, su mirada refleja un profundo dolor.En contraste, Tony Blair se ha convertido por voluntad propia en el último gran personaje de un caso de dimensión casi novelesca. Durante su primera visita oficial a Washington como primer ministro británico ha multiplicado las declaraciones públicas de solidaridad con Bill Clinton.

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A falta de saber cómo terminará el caso Lewinsky y con el escándalo sexual de su propio jefe de la diplomacia, Robin Cook, en las espaldas, Blair ha asumido un claro riesgo.

El líder laborista no podía fallarle a Clinton. Tony y Bill, como ellos se llaman, han construido una pareja política que, como las de Churchill y Roosevelt o Reagan y Thatcher, simboliza la alianza entre Washington y Londres. Tony y Bill, que comparten la misma visión centrista e internacionalista de la política, son, además, solidarios y amigos.

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