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CRISIS EN LA CASA BLANCA

El presidente busca los baños de masas

Bill Clinton está restañando con baños de masas las heridas del escándalo Lewinsky. El miércoles, unas 20.000 personas le aclamaron en la universidad de Champaing (Illinois). Todas estaban al corriente de sus nuevos problemas políticos y judiciales y muchas confesaron a la prensa que hacen chistes sobre ellos, pero los norteamericanos jamás le niegan una entusiasta bienvenida a cualquier presidente que se acerca a sus hogares. Y mucho menos a éste, que conduce un país en paz exterior, con la delincuencia a la baja y una prosperidad económica desconocida en muchas décadas.Desde Champaing, Clinton regresó a Washington y ayer, tras despachar con el secretario de Defensa, William Cohen, sobre la posilibilidad de un ataque contra Irak, se fue a la National Defense University, donde los profesores y estudiantes volvieron a darle una gran acogida. Clinton no ocultaba su felicidad.

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Los vecinos de Champaing dijeron el miércoles que no querían escuchar al presidente hablando de sus líos personales, sino de sus proyectos concretos para conducir el país en la travesía del milenio, los que desgranó en su discurso sobre el Estado de la Unión. La eliminación del déficit presupuestario, la dedicación de los presumibles futuros superávit a la salvación del sistema de Seguridad Social, los proyectos para mejorar la calidad de la enseñanza y las medidas sociales concretas anunciados por Clinton, son cosas que interesan, y mucho, a sus compatriotas.

Magnetismo personal

Clinton es un maestro en el arte de los actos de masas. Clinton recuerda cantidad de nombres y circunstancias y siempre tiene una palabra, un gesto, una broma, un recuerdo para cada cual. Es muy bueno haciendo campaña electoral, lo que los republicanos pagaron muy caro en 1996. Daban a Clinton por muerto tras sus muchos escándalos y la gran victoria de Newt Gingrich y los suyos en las elecciones legislativas de 1994, pero el ex gobernador de Arkansas volvió a hacerse con la Casa Blanca.Las dos elecciones presidenciales ganadas por Clinton demuestran que los norteamericanos ya no están tan obsesionados por la conducta sexual de sus políticos como lo estuvieron en el pasado y como todavía se cree en Europa. En 1992 le perdonaron el asunto Gennifer Flowers. Y en 1996 no le hicieron el menor caso a la denuncia por acoso sexual de Paula Jones, que ya estaba entonces en marcha.

La reelección de Clinton y su recuperación de popularidad en esta semana confirman que la profesionalidad del presidente interesa más a los norteamericanos que su vida privada. Eso sí, uno de los elementos de esa profesionalidad es la credibilidad.

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