Mester de clerecía
"Un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos", dijo el Papa a los cubanos el pasado domingo. Aunque la frase es algo confusa, parece haber en ella una voluntad de distanciarse tanto del ateísmo militante de los regímenes comunistas como de los' sistemas teocráticos, que propugnan la supeditación de la política a la religión. Sin embargo, y en aparente contradicción con ese criterio, el Papa también criticó a quienes pretenden relegar la religión al ámbito de la conciencia individual. De acuerdo con esa doble perspectiva, Juan Pablo II ha fustigado a los "nacionalismos exacerbados", pero también ha apoyado la idea de la fe como rasgo de identidad nacional.En España, tanto el nacionalismo español, al menos en su vertiente derechista, como los nacionalismos periféricos hicieron de la vivencia religiosa el principal rasgo de la nacionalidad. "Ni por la naturaleza del suelo que habitamos, ni por la raza ni por el carácter parecíamos destinados a formar una gran nación", escribió Menéndez Pelayo. Sólo por la religión, España, "martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio ( ... )" fue "nación, y gran nación, en lugar de muchedumbre". Por la misma época, a fines del siglo XIX, el obispo Torras i Bages, precursor del catalanismo político, establecía el principio según el cual "Cataluña e Iglesia son dos cosas que es imposible separar", de manera que, "si alguien quisiera renegar de la Iglesia, no dude que al tiempo tendría que renegar de la patria". Para el padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana, "si en las montañas de Euskaria ( ... ) ha resonado por fin el grito de independencia, sólo por Dios ha resonado"; porque un País Vasco "dependiente de España" no podría "ser católico en la práctica".Al diseñar la ikurriña, Arana estableció que la cruz blanca, símbolo de la fe, debía figurar "superpuesta al aspa verde y al fondo rojo para representar la supremacía en Dios sobre la ley y el pueblo". El nacionalismo vasco se ha distanciado de los aspectos más estridentes de la doctrina aranista, en éste y otros terrenos, pero el hecho de que su nombre oficial conserve la mención a Dios (PNY-EAJ: partido vasco defensor de Dios y la vieja ley) revela la persistencia de un fuerte componente confesional. De hecho, el clero ha sido el principal elemento legitimador y difusor de la doctrina nacionalista, especialmente en las zonas con tradición carlista.
El clero, pero no, hasta fecha reciente, la jerarquía, que durante muchos años prohibió los nombres vascos en los bautizos y negó el nihil obstat a publicaciones nacionalistas. últimamente, sin embargo, la jerarquía vasca ha aparecido claramente identificada con la clerecía local, mayoritariamente nacionalista. El equilibrio existente se vio alterado por la llegada a Bilbao, en 1995, de monseñor Blázquez. El destemplado recibimiento que le dio Arzalluz no impidió que el nuevo obispo, aparte de ponerse a estudiar euskera, diera muestras de independencia de criterio y, por ejemplo, asistiera a manifestaciones contra ETA y presidiera los funerales por sus últimas víctimas. Ello no sentó bien en un sector del clero, que lo hizo saber. El obispo decidió consultar al Consejo Presbiterial. El dictamen de ese órgano asesor ha sido recomendar a Blázquez que no asista a funerales por las víctimas del terrorismo "dado el grave riesgo de ambigüedad y manipulación" por la "utilización partidista" que a veces se hace de las víctimas. El secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Sánchez, se ha mostrado comprensivo porque la presencia del obispo en tales funerales "puede profundizar la división, enconar la herida y romper la comunidad".
Si se pone empeño, no es difícil encontrar coartadas para mantenerse alejado de las víctimas. En Euskadi hay verdaderos artistas de la especialidad. Pero hablar de división de la comunidad equivale a tomar el todo por la parte. Dividirá al clero, e incluso a la comunidad nacionalista, pero no a la población. Si Blázquez encargara un sondeo entre los vizcaínos, que no dude que la inmensa mayoría de ellos respaldaría su desobediencia, en este terreno, a los que mandan en Euskadi: ésos que, como decía el vizcaíno Unamuno, "viven la política como religión y la religión como política".
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