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Babilonia resurrecta

Vicente Molina Foix

Al levantarme veo por la ventana todos los días una obra maestra del arte contemporaneo, que al acostarme luce en su cresta la marca de una cerveza. La obra es Torres Blancas, esa constelación de platillos volantes superpuestos que el viajero contempla fascinado al entrar o salir de Madrid por la carretera de Barcelona, y su autor Sáenz de Oiza, que cuando-hace no mucho- le pusieron a su edificio el anuncio luminoso se quejó amargamente del pegote frente a una insensible y remunerada comunidad de propietarios.¿Sería aceptable que la firma que patrocina una exposición de Velázquez pusiera bien visible en el marco de Las hilanderas su logotipo bancario?Lo que no llego a ver desde mi ventana es la felicidad o la desdicha de los que habitan en esa obra de arte. Ni querría yo destapar como un diabló cojuelo la tapa de los pisos de tan enigmática construcción. Aun así sé que hay inquilinos que reniegan del arte moderno cada vez que se asoman a su terraza y ven como paisaje la nariz del vecino, o cuando el sol de un invierno benigno no tiene hueco para meterse entre las atractivas curvaturas de sus volúmenes exteriores. Dos amigos míos malvendieron, el apartamento que habían comprado allí con orgullo de pioneros cuando la atrevida distribución de los espacios interiores les hizo neurasténica la vida. Pero Sáenz de Oiza dijo una vez que para saber cómo es un arquitecto hay que preguntar a la a gente que vive en sus casas. Si se sienten cómodos, es malo, si incómodos, puede ser genial.

No seamos retrógrados, como el príncipe Carlos de Inglaterra cuando habla de arquitectura, ni comodones a la hora de juzgar la obra de los genios constructores de hoy; aceptemos lo que otro arquitecto conocido, Oriol Bohigas, reclamaba como peaje a la innovación, "una cierta incomodidad experimental", que sin duda la pintura o la música del siglo XX han infligido a sus consumidores. ¿Pero es igual la vivencia de una casa que la visión de un cuadro? Los que ahora peregrinan a ver el Guggenheim más por Gerhy que por los pintores expuestos dentro seguramente opinen que sí, y yo, como fan artístico de la arquitectura, me alegro de esta tardía equiparación popular del arte edificatorio con las otras artes espaciales. Ahora bien, tal vez sea de opinión contraria el residente en un bloque de apartamentos construido por otro gran nombre de la arquitectura catalana junto al mar de Cadaqués que al volver de bañarse en verano con sus niños descalzos ha de subir una escalera de dolorosa rejilla de acero.

La elevación del arquitecto a la categoría de estrella mediática y municipal podrá parecer un síntoma más, y el de mayor visibilidad material, en la imparable conversión del arte en un fenómeno de presencias antes que esencias. Sin embargo, el hecho ofrece un campo atractivo para plantearse el dilema al que también las artes más nobles, la literatura, por ejemplo, se enfrentan hoy. Sometidas al dictado de la eficacia, la brillantez, la diversión y la venta al por mayor, la novela o las piezas de teatro le resultan a muchos sospechosas si incomodan, exploran o simplemente duran más de hora y cuarto. Un celebrado especialista en espadachines se permite en cuanto le dan pie arremeter contra Faulkner o Benet proclamando la supremacía de la trama sobre la prosa, de la intriga sobre la idea; ignora -o trata de esconder-que la habilidad con las primeras es secundaria en la literatura, hecha básicamente de las segundas. De la doble tensión autor / lector entre placer y esfuerzo, individualidad y destino común, divagación y concepto, nace la historia del gran arte, y quizá a ese respecto la comparación entre las pretensiones de una casa y un soneto sea pertinente.

Pero ahora es el tiempo de los arquitectos, ¿acabaremos burlándonos, con tanto encomio, como García Lorca del autor del madrileño Círculo de Bellas Artes, Palacios, con el que a "Babilonia antigua has resurrecto". Claro que hoy Palacios nos parece más moderno que antiguo, y tampoco Lorca firmaba ese verso; es obra de su apócrifo juvenil Isidoro Capdepón, poeta postromántico y campanudo que en el mismo poema arquitectónico escribe: "En Guatemala existe un edificio / de menor importancia en mi concepto / y no obstante tuvieron el buen juicio / de nombrar general al arquitecto".

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