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Tribuna
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El triunfo del sensacionalismo

En la cultura del escándalo de Washington no hay ningún paralelo con la crisis que ha envuelto tan rápidamente a la Casa Blanca del presidente Clinton: ni el caso Whitewater, ni el Irán-Contra, y ni siquiera el Watergate. Nada puede compararse con lo que el país ha presenciado desde que estalló la historia: la persecución continua; la información casi instantánea a través de conductos que no existían hace una década; la mezcla de hechos, rumores y opiniones y la constancia de los informadores; y la intensa especulación sobre si la presidencia de Clinton puede sobrevivir, mucho antes de que se demuestren los hechos.Es un escándalo acorde con su tiempo. Lo qué comenzó con alegaciones que implicaban sexo e incitación al perjurio ha quedado ensombrecido rápidamente por una historia de sexo de la clase más salaz. Comentadores y políticos habitualmente juiciosos han entrado en materias que pondrían colorado a un marino.

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El propio Clinton tiene parte de culpa, y en ese sentido su pasado sigue siendo uno de sus peores enemigos. Alegaciones de infidelidad matrimonial y de ocultar la verdad en situaciones críticas han perseguido a Clinton desde el día en que empezó su campaña para la presidencia en 1991. En la actualidad, apenas tiene el beneficio de la duda cuando surgen alegaciones sórdidas. La opinión pública -y la prensa- parecen dispuestos a creer sobre Clinton lo que encuentran difícil de creer sobre la mayoría de los políticos.

Pero la situación refleja también un embrutecimiento del discurso público. En el competitivo clima de la crisis actual, las barreras de la moderación han caído y casi no existen los frenos. Independientemente de las repercusiones que tenga para la presidencia de Clinton, la crisis infligirá probablemente un daño adicional a las instituciones de gobierno y a la relación entre los políticos y la opinión pública. "El hecho es que no hay marcha atrás", dijo el investigador republicano Robert Teeter. "Los gusanos se han salido de la lata". En lo referente a la conducta personal, Clinton llegó a ésta crisis con una moneda devaluada. Y su respuesta inicial a las acusaciones y la información subsiguiente de que, en sus declaraciones en el caso Paula Jones hace una semana, admitió haber tenido una relación con Gennifer Flowers, sólo consiguieron empeorarla. Esta semana hace seis años que Clinton negó por televisión, justo después de la Super Bowl, que Flowers hubiera sido su amante.

"Esto se remonta al hecho de que un montón de gente no le cree", dijo un demócrata el domingo. "La [confesión sobre] Gennifer Flowers fue simplemente devastadora. Pone en duda cualquier desmentido que dé sobre cualquier cosa". Pero la naturaleza única de este escándalo refleja también una nueva situación en los medios de comunicación en la que las presiones de la competencia son más intensas que nunca y las líneas divisorias entre el periodismo tradicional y el sensacionalista están muy difuminadas.

Tres cadenas de noticias por cable están compitiendo duramente en el asunto Clinton, con más tiempo disponible del que permiten rellenar los hechos. Las otras cadenas principales se han lanzado también a la persecución y los principales periódicos han utilizado sus páginas de Internet para sacar información horas antes de que sus lectores dispongan de los diarios.

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Tom Patterson, un profesor de periodismo en la Universidad de Syracusa crítico con los medios de comunicación, dijo que los elementos de este escándalo hacen de esto una historia de enormes proporciones. "Pero en lo que se refiere a analizar el comportamiento de la prensa", dijo, "creo que han perdido todo sentido de la mesura en este caso. Se han apresurado a juzgar". "Dice mucho de hasta dónde ha llegado la prensa en los últimos 25 años", afirmó.

Robert Dalle, un historiador y biógrafo del presidente Lyndon B. Johnson, dijo que mientras que en el pasado ha habido escándalos relacionados con el sexo que implicaban a presidentes, "no habíamos tenido nunca antes nada parecido: un presidente en ejercicio investigado por violar el código moral por seducir a una chica de 21 años". Por esa razón, el sexo ha adquirido prioridad sobre lo que los expertos legales consideran acusaciones legales graves de injerencia en un proceso legal.

"La aventura amorosa tiene un carácter inminente y es mucho más rica en alegaciones que la posibilidad de demostrar incitación al perjurio", dijo Dallek. "A diferencia de los aspectos legales, es una historia que crece, un globo que sigue cogiendo aire". No hay duda de que el escándalo ha revelado el nivel al que han caído las barreras contra el mal gusto. A pesar de todo lo que se ha escrito sobre la televisión sensacionalista y los sórdidos programas de debate que llenan las horas cada día, el asunto Clinton ha demostrado hasta qué Punto esos criterios han infectado a todos.

La línea que va desde Gary Hart en 1988 hasta Clinton en 1992 y Clinton hoy día muestra la aceleración de la búsqueda por parte de los medios de historias que contengan sexo y comportamientos privados.

"Creo que es más una señal de los tiempos que de Clinton", dijo Teeter. "Es una señal de Internet, es una señal del cable y es una señal del aumento del sensacionalismo... Nos estábamos acercando a esto, pero este asunto lo ha conseguido. No se puede culpar a nadie por ello. No se ve a ningún director decir: "Esto está por debajo de nuestra dignidad, no vamos a publicarlo en el periódico. Es el presidente de Estados Unidos".

La situación legal de Clinton le ha dado a la historia una naturaleza más parcial que en otros escándalos pasados. Sólo en los dos últimos días los funcionarios del Gobierno y los seguidores de Clinton han intentado una defensa pública en su nombre, y sus esfuerzos han sido en balde en la mayoría de los casos porque tampoco conocen los hechos.

No hay nada que parezca que vaya a disminuir estas tendencias. Nadie puede saber cómo influirán en el resultado del escándalo actual. El volumen de información -exacta o presunta- sobre la vida personal de Clinton infligirá probablemente un año político importante independientemente de cómo se resuelva finalmente. Y eso puede que degrade aún más el sistema político. "Creo que la prensa saldrá perjudicada. No veo cómo esto puede hacer algo por el bien público", concluye Petterson.

The Washington Post

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