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Tribuna
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El Gran Inquisidor

Nadie puede estar seguro ahora de cómo terminará la historia de Clinton. Pero yo estoy seguro de una cosa: la Constitución no se hizo para damos, ni deberíamos desearlo, un sistema de gobierno en el que un inspector general itinerante con poderes especiales y que no tiene que responder ante nadie vigile al presidente. Eso es de hecho lo que tenemos ahora. Kenneth Starr, designado fiscal independiente hace tres años para investigar un negocio inmobiliario en Arkansas, está investigando la vida sexual del presidente ¿Hay alguna acusación contra el presidente Clinton que Starr no pueda traer bajo su jurisdicción? La naturaleza sórdida de las actuales acusaciones -que el presidente tuvo relaciones sexuales con una becaria de la Casa Blanca de 21 años, y le dijo que mintiera sobre ello estando bajo juramento- hace muy difícil ver el tema de la autoridad. Pero los peligros de supeditar la presidencia a una persecución inquisitiva permanente son evidentes si se piensa en cómo se ha manejado este asunto.La ex-becaria, Monica Lewinsky, le contó su historia a una supuesta amiga, Linda Tripp. Tripp se lo dijo aun agente literario neoyorquino y, siguiendo su consejo, grabó las confidencias telefónicas de Lewinsky: 20 horas de conversación. Entonces llevó su historia y las cintas a la oficina de Starr. Sin buscar autorización para investigar este nuevo asunto, Starr hizo que Tripp se pusiese un micrófono oculto y que sonsacase más confidencias a Lewinsky Con los frutos de esta operación fraudulenta persuadió a la Fiscal General (la titular del Ministerio de Justicia) Janet Reno y a un tribunal especial para que le dieran autorización. Difícilmente podíar negarse, con la sensacional historia a punto de hacerse pública.

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Cuando surgieron las acusaciones, Starr dijo que estaba obligado a respetar los requisitos de "confidencialidad" en el proceso judicial. Pero todo hace pensar que algunos de los escabrosos detalles aparecidos en la prensa fueron filtrados por su oficina.

Entonces Starr presionó duramente a Lewinsky para que testificase contra Clinton. El mensaje implícito era que a menos que ella testificase que mantuvo relaciones sexuales con el presidente y que éste la incitó al perjurio, no tendría inmunidad en la investigación judicial. En conjunto, lo que vemos en estos sucesos es la imagen de un fiscal excepcionalmente entusiasta. Y que actúa sin ningún control de sus poderes.

Starr es un republicano sin ambages. Eso provoca un especial peligro de que se exceda en sus investigaciones judiciales debido a su partidismo, aunque siempre he pensado que actuaba de buena fe en el caso Whitewater, incluso cuando cometía errores.

Pero la persona de Kenneth Starr no es la cuestión. La cuestión es que el cargo de fiscal independiente es un cargo que ni siquiera un santo podría ocupar como es debido. La idea de un fiscal especial comenzó, durante el Watergate, como un cargo dirigido a la investigación de un asunto determinado. Pero se ha convertido en un azote ilimitado de una figura política después de otra. Los fiscales independientes, libres de las limitaciones normales de los fiscales en cuanto al dinero y al tiempo, han trabajado durante años para encontrar algún pecado que justificase su existencia.

La transformación del cargo ha distorsionado todo nuestro proceso político. Madison y los demás padres de la constitución recurrían a las diferentes ramas del gobierno para vigilar y corregirse unas a otras bajo la mirada de la soberanía pública. Hoy la opinión pública recurre a un fiscal al proceso criminal en busca deorrección política.

En defensa de Starr, se dice que realmente no tenía elección cuando Tripp recurrió a él. ¿Podía haberla rechazado?. Sin embargó, nosotros no queremos un cargo cuyo incentivo natural, no limitado de hecho por ninguna ley o tribunal, es perseguir al presidente de Estados Unidos.

Tampoco, a mi juicio, queremos fiscales que investiguen las vidas sexuales de los presidentes. Ni que los relatos morbosos de sus investigaciones llenen nuestros periódicos y nuestras pantallas de televisión.

Si Clinton tuvo una aventura con una becaria de la Casa Blanca de 21 años, él debería sufrir, y sufrirá, las consecuencias. Pero después de que termine esta historia, deberíamos poner coto a esta obsesión nuestra por las vidas sexuales de los políticos. El hecho sigue siendo que la correlación entre el puritanismo de nuestros líderes y su capacidad de gobernar es nula.

N. Y. Times News Service

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