La fidelidad de Gore
"Y ahora, señoras y señores, quiero presentarles al presidente de la educación, el que más ha defendido a los trabajadores y las familias de EE UU", dijo ayer Al Gore en la presentación de un proyecto sobre la infancia. Gore, un hombre de intachable vida familiar, ya había dicho que cree a Clinton cuando éste desmiente haber tenido una relación sexual con Monica Lewinsky.
Al Gore fue educado por su padre, senador demócrata por Tennessee, para ser presidente. Su relación con Clinton ha sido de gran fidelidad mutua: apoya sin fisuras a su jefe y éste le considera su delfín.
Hasta el pasado año, parecía indiscutible que Gore iba a ser el candidato demócrata a la presidencia en el año 2000, pero entonces estalló el escándalo de la financiación irregular de la campaña. Ese escándalo, según las encuestas, dañó mucho más la credibilidad y popularidad de Gore que las de Clinton.
Que Gore confesara haber efectuado llamadas desde los teléfonos de la Casa Blanca para pedir fondos fue un rudo golpe para su imagen. Sus confusas explicaciones -aseguró que "ninguna autoridad legal de control" le había advertido que sus actividades podían ser ilegales- dieron pábulo a muchos chistes. A ellos se añadieron los provocados por el hecho de que Gore también hubiera participado en un acto de recogida de contribuciones en un monasterio budista de California.
Gore, según la Constitución norteamericana, sería el sucesor de Clinton en caso de dimisión o impeachment. De forma rocambolesca, se materializaría el proyecto de su padre, el senador Albert Gore.
En un retrato hecho por Vanity Fair, Gore es presentado como un hombre relajado y simpático en privado, pero que, en cuanto ve un micrófono o una cámara, se convierte en una especie de robot: frío, rígido, aburrido, sobrecargado de citas. También como un político volcado sobre la ecología, los avances científicos y los progresos de la informática y el Internet.
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