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Revuelta en la periferia

Diego A. Manrique

Cada historia de éxito conlleva una lección para los medios y la industria discográfica. En el caso de Ska-P y compañía, la enseñanza es obvia: se pueden vender músicas que no están de moda. La moda, las tendencias que gozan de prestigio se deciden en el centro de Madrid o Barcelona, atendiendo a lo que ocurre en Londres, Nueva York o París. En la periferia de las urbes, en pueblos y pequeñas ciudades, se enquistan movimientos aparentemente periclitados que crecen a su propio ritmo, ajenos a la aparición del jungle, el ethno-techno o el posrock.Crecen secretamente pero seguros. Sus animadores se esfuerzan en tocar, sea en un pub diminuto o en una casa okupada: no esperan a la aparición del cazatalentos con varita mágica que les saque de la oscuridad. Crecen haciéndose una base sólida de seguidores que necesitan música directa y letras que hablen de sus problemas inmediatos. Asuntos como la reivindicación del hachís, la antipatía por el servicio militar, la necesidad de una vivienda propia, el desencanto ante un futuro con escasos horizontes. Son temas candentes, lo que explica que el público de esos grupos se multiplique a pesar de que, inicialmente, no graben para grandes compañías ni estén presentes en las radios fórmula.

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Robe Iniesta y Extremoduro

De hecho, personajes como Robe Iniesta prefieren no sonar en esas emisoras. Su grupo, Extremoduro, explotó comercialmente en 1996, tras años de desastres y discos desgarrados. Robe tenía la credibilidad y ha salido casi intacto del encontronazo con la fama y el dinero, aunque ahora mismo esté en la cuerda floja. Convencido del todo vale, apuntado a la ley del mínimo esfuerzo, quería sacar otra grabación en directo después del memorable Iros todos a tomar por el culo.Extremoduro está en DRO, la filial de Warner que en los noventa se hizo silenciosamente con un buen puñado de grupos kombativos, herederos del rock radikal vasco y el rock urbano. Su astuto ejemplo ha sido imitado por otras discográficas hartas de fichar exquisitos grupos indies que conseguían buenas críticas y ventas mínimas. Así, RCA ha pillado a Reincidentes, Mamá Ladilla o Ska-P, y estos últimos han dado en la diana.

El impacto de Ska-P. viene a recordar la fortaleza del ska, una música jamaicana, que, precedió al reggae y que tiene suficiente vitalidad para resucitar una y otra vez. Lo hizo a finales de los setenta con el sello británico 2 Tone. Sus protagonistas se deshicieron pero sembraron la semilla: en Europa, y especialmente en América, un ska antirracista y peleón que goza de, un público masivo cuando las ganas de fiesta se combinan con mensajes vigorosos y voluntad de comunicar.

Igual ocurre con las nuevas formulaciones del hip hop, el punk rock o el heavy metal. La periferia, de las ciudades o de la industria, se toma su venganza contra los que intentan imponer desde arriba sus visiones de lo que debe escucharse. Un empeño destinado al fracaso en la mayor parte de las ocasiones. Afortunadamente.

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