De rey a rey
Un golpe de arco le fue suficiente a Rostropóvich para crear el clima propicio. Sus dedos de rosa recordaron la frase poética que Homero utiliza en varios cantos de La Odísea e hicieron sentir que era posible mostrar "en el día la Aurora". El concierto era un homenaje al rey Juan Carlos en su cumpleaños. Rostropóvich quiso desde el comienzo de su actuación dejar bien claro que con el violonchelo el Rey es él: creaba así un diálogo de rey a rey, con la música con testigo confidencial.Diálogo, efectivamente, aunque era difícil no dejarse arrebatar por la maestría única de la interpretación musical. Rostropóvich estaba en plan maestro y su magnetismo era irresistible, manifestándose en varios terrenos: en el fraseo, siempre interiorizado, con ecos de resonancias profundas de la historia sonora; en el virtuosismo, al servicio de la expresión, con el apoyo de una técnica asombrosa que surgía con una naturalidad pasmosa; en el diálogo buscado con la orquesta y su director, a los que invitaba a participar en la fiesta. Las Variaciones sobre un tema rococó de Chaikovski eran un placer para los sentidos, un diálogo de reyes en los ataques o en los silencios, en las dinámicas, y en la sutileza melódica. El éxito fue clamoroso y Rostropóvich lo compartió con los músicos de la orquesta entre los que se deslizó con saludos de felicitación, mostrando su perfil más humano. Fue una gran noche para el músico ruso.
Orquesta Nacional de España
Director: Walter Weller. Solista: Mstislav Rostropóvich. Concierto extraordinario en homenaje a Su Majestad el Rey. Obras de Arriaga, Chaikovski y Beethoven. Patrocinado por Ford. Auditorio Nacional, 7 de enero.
También lo fue para el director vienés Walter Weller, colaborador de la Orquesta Nacional de España desde hace mucho tiempo y con la que siempre ha encontrado compenetración. Ayer no fue una excepción. Sus versiones de la Sinfinía en re menor de Arriaga y de la Quinta de Beethoven tuvieron un planteamiento muy parecido -de gran corrección rítmica y tímbrica, apoyadas sobre la coherencia del sonido- y sin embargo los resultados fueron diferentes. En Arriaga, la orquesta estuvo algo alicaída, dentro de la solidez, temerosa de correr riesgos, más atenta al equilibrio global que al detalle puntillista. Con ello a veces se caía en la monotonía. En Beethoven la orquesta se sintió más afianzada, más segura. El tejido sonoro fue tenso pero sin perder nunca el lirismo. La continuidad del discurso musical desprendía serenidad. Las tensiones emanaban siempre un punto de luz.
Al ritmo que lleva últimamente, el Rey va a acabar aficionándose a la música, algo que seguramente hará feliz a la Reina y a muchos aficionados al arte de los sonidos.
Babelia
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