Historia e ingenuidad
El debate sobre la regulación de la enseñanza de las humanidades parece centrarse en una cuestión: ¿Los estudiantes españoles deben tener unos conocimientos histórico -culturales comunes independientemente del lugar en que habiten? Es una pregunta hecha a medida que no ayuda a dilucidar el trasfondo del problema, como demuestra la derrota parlamentaria del PP. A él intentaré acercarme con tres aproximaciones sucesivas, el debate no ha hecho más que empezar.1. Lo político y lo científico. Una propuesta de un Gobierno siempre es una propuesta política, por más que se arrope con los mejores oropeles científicos. Los Gobiernos tienen que ver con el poder y no con la verdad. Un Gobierno respaldado con millones de votos será un gran Gobierno, pero está tan lejos de la verdad como el partido que haya recibido un solo voto. El debate de las humanidades es, por tanto, en primer lugar un debate político: el Gobierno hace una propuesta y sus aliados y la oposición responden. No es aceptable el argumento presuntamente naif, utilizado a menudo por la ministra que se dice sorprendida porque un trabajo de una comisión de expertos sea rechazado frontalmente por los nacionalistas catalanes sin entrar en los detalles del texto. Dice la ministra que sólo se le han reprochado dos cuestiones concretas: la utilización de la palabra "unitario" y el eufemismo "la época de Franco" para hablar de la dictadura. Una ministra de Educación y Cultura debe saber que su ámbito de acción toca directamente el terreno de lo simbólico. Y que en la medida en que la ciudadanía necesita cuentos que le hagan más llevadero el paso por la vida (que permitan mirar a otra parte, como diría Xavier Rubert), lo simbólico es políticamente muy importante. No olvidemos que la política concierne a las personas y no a las verdades.
Para los nacionalistas (sean vascos, catalanes o españoles) la historia es territorio sagrado. De ella extraen el alpiste espiritual para los suyos. Antes de cualquier consideración de contenido necesitan reafirmarse en su condición de guardianes del templo. Por esta razón la historia provoca un conflicto que no provocan otras disciplinas, por ejemplo del ámbito de las ciencias naturales. Cualquier propuesta sobre la enseñanza de la historia presentada por un Gobierno de Madrid está destinada a recibir la misma respuesta por parte del nacionalismo: ruido. Forma parte de las cláusulas de estilo de esta familia política. El debate científico es de otro orden. Y dado que nacionalismo lo hay en las dos partes litigantes, no se puede dejar de lado el trasfondo ideológico del clebate.
2. Lo liberal y lo intervencionista. La ministra, que jura por Hayek, repite a menudo sus creencias liberales. Y, sin embargo, sus argumentos son netamente intervencionistas. Dice que, pese a su descalabro parlamentario, seguirá con el decreto porque la ley lo exige. La ley otorga al Ministerio de Educación la potestad de fijar, en las comunidades históricas, un 55% de temas obligatorios en los planes de estudios de la enseñanza media. Esta facultad se puede ejercer o no ejercer. El PSOE optó por no utilizarla plenamente. Sorprende que sea una ministra liberal quien lleve hasta los límites legales su capacidad de intervención, pero es sabido que los liberales, como todos, están llenos de contradicciones. Traducido a la práctica este 55%, si se cumple, supone una reducción al mínimo de los temas propuestos por cada autonomía o a asegurar que, como casi siempre, no se llegue apenas a la historia contemporánea. Hay, por tanto, una voluntad decidida de intervenir, que se podría haber omitido perfectamente. Dar este paso no es ninguna ingenuidad.
¿Quién puede negarse a mejorar la enseñanza de las humanidades? A efectos concretos es tan inútil dar el voto afirmativo a una vaguedad de este tipo como decir que no. El consenso sobre afirmaciones generales no significa nada. Es en la práctica donde las políticas toman cuerpo. Y en la práctica lo que encontramos es una lista de temas y de programas. ¿Es ésta la función de a política en relación con la educación? ¿Es esta manera de intervenir la vía adecuada para mejorar la enseñanza?
3. Lo racional y lo doctrinal. En la historia, como en toda disciplina, lo primero es el método. Enseñar historia es, antes que nada, transmitir a os estudiantes las claves para la interpretación del pasado. Naturalmente, hay un saber acumulado que los profesionales tendrán que recorrer si no quieren perder el tiempo explorando caminos ya trillados. Pero en el momento en que se plantea como un deber político la necesidad de definir unos saberes comunes a una realidad social determinada, estamos entrando ya en el terreno de lo doctrinal, sea en España o sea en Cataluña. La lista de los reyes godos, que aprendíamos de pequeños, no por ser aburrida de memorizar dejaba de tener significación doctrinal: metía en nuestras cabezas la idea de una unidad de España incluso anterior a la unidad de España. Ni en política parece lícito plantear como racional lo que es doctrinal.
Entiendo que es de sentido común que los profesores de historia de Cataluña operen por círculos concéntricos, de la autonomía a España y de España a Europa. ¿Hay que legislar el sentido común? ¿Tan poca confianza se tiene en los ciudadanos que asumen a responsabilidad de ejercer como profesores? Precisar los contenidos más allá de un cierto orden de acontecimientos expresa una voluntad de intervención -y de corrección- que no puede ser inocente. Cualquier propuesta (o acuerdo) en este ámbito será política y condicionada por la idea de España o de Cataluña que cada cual quiera transmitir en este momento. Todo lo demás forma parte de la práctica de la confusión (lo político adornado como científico, el intervencionismo disfrazado de retórica liberal, lo doctrinal vendido como racional) que es no de los ejercicios preferidos de los políticos siempre deseosos de encontrar legitimidades que conviertan sus actos en incontestables. Entre la historia e España de Esperanza Aguire y la historia de España (o de Cataluña) de Jordi Pujol, me quedo con la historia plural y honestamente subjetiva e los historiadores. Aunque muchas veces me irrite la tentación de la insolencia que les induce a presentar su disciplina como la más científica de todas las humanidades. Para mí, lo es tan poco como las demás. Felizmente, no todo lo racional es científico.
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